Texto y fotos de Karina Jara Alastuey

Querido y destacado vecino de Chimbarongo, deportista, esposo, padre, abuelo y bisabuelo, a sus 78 años Luis Alberto Cáceres Rojas ha sido testigo de los cambios que ha vivido su comuna en las últimas décadas.

El tercero de cuatro hermanos – hijo de un empleado de Ferrocarriles del Estado oriundo de Teno y de una dueña de casa de Chimbarongo – siempre supo que lo suyo sería el deporte: a los 7 años era pasapelotas y a los 15, futbolista.

En los años 1963 y 1964 fue jugador del Club Luis Cruz Martínez de Curicó y entre 1967 – 1968  de Deportes Colchagua. Y aunque su vida siempre ha estado ligada al deporte, hubo momentos en que debió tener un segundo trabajo. ¿Motivo? Se casó, llegaron los hijos y con una familia cargo, había que generar los recursos para mantenerla y cuidarla.

«Me casé sin tener nada, nada. Pero miré la formación de que nos dio mi padre y me dije “voy a ser diferente. Vamos a tener hijos, vamos a educar y de a poco vamos a ir comprando las cosas”. Y aquí está el resultado».

– ¿A qué edad se casó don Luis?
Calcule. A los 20 años.

– ¿A los 20? ¡Jovencito!
Yo tenía 20 y mi señora, 19.

– ¿Y han vivido siempre en Chimbarongo?
Claro. Yo empecé a arrendar. Era una pieza. Se cocinaba en una cocina a parafina.

– ¿Ella sabía cocinar?
No.

– ¿Usted le enseñó?
No. Todo lo que hacía ella me lo comía. Me preguntaba «¿cómo está Lucho?» y yo «bueno, bueno».

– ¿Cómo aprendió a cocinar su esposa, doña María?
Mirando. Hoy ella tiene una excelente mano para cocinar. Ve algo, programa un almuerzo o comida y le queda muy rico.

Entre el fútbol y labores de casa 

Sus recuerdos de infancia van desde aquellos partidos de fútbol que jugaba en la calle hasta las labores domésticas que él y sus hermanos debían cumplir.

«Nosotros teníamos que ayudar igual, porque mi padre salía trabajar. Entonces todos días era picar la leña; era una tarea que nos dejaban. De repente nos veníamos al frente, porque el estadio fue el patio de nosotros y como no hacíamos la tarea a la noche nos castigaban».

Al llegar a 6° año básico (la antigua primaria), Rotary le dio una beca por ser el mejor alumno. Sin embargo, su padre le informó que no podría seguir estudiando ya que él no les había dado estudios completos a sus otros hermanos y el dinero no alcanzaba.  «Teníamos para comer, pero no había para estudios».

– Usted terminó la primaria y su papá le dijo «hasta aquí» ¿Por ello comenzó a trabajar?
Mire, hicimos una cancha de tenis al fondo del estadio. Éramos los recogedores de pelota y cuando faltaba uno, lo reemplazaba. Así aprendí a jugar tenis. Y a los 15 – 16 años comencé a jugar en el fútbol, y de ahí pasé a profesional.

Larga vida a las legumbres

Don Luis menciona que durante su infancia su padre siempre compraba un quintal de porotos y, por lo menos, tres a cuatro sacos de papa.

– Ese quintal de porotos y los sacos de papas ¿cuánto duraban en su hogar?
Duraba todo el año y tenía que durar. Nosotros, todos los días, comíamos porotos.

– ¿Todos los días? ¿De lunes a domingo?
Claro.  Mire, en la mañana se tomaba leche de vaca con harina tostada acompañado de un pan, y para el almuerzo era un plato de cazuela más un plato de porotos.

– ¿Y esos porotos iban solos, con cochayuyo, con riendas, longanizas?
Diferente. Hacíamos con cochayuyo, con moteméi o con mote de trigo, con tallarines

– ¿Y le echaban color?
¡Claro! Le echábamos color. Me acuerdo que mi mamá lo hacía con manteca. Más una bandeja de ensalada lechuga con arvejas y zanahoria picada y había que comérsela toda.

– Entonces ¿todos los días comían ensaladas, más los porotos y otro plato?
Todos los días y comíamos las cuatro comidas: desayuno, almuerzo, once y comida.

– Volviendo al desayuno ¿este pan lo hacía su mamá o lo compraba?
Lo compraba, pero de repente mi mamá hacía tortillas al rescoldo.

– ¿En qué cocinaban?
En un fogón, que se hacía de ladrillo con fierros arriba donde se colocaba la tetera y la cafetera, y lo de abajo era el rescoldo en donde se hacía la tortilla.

«Nosotros ayudamos en tener la leña picá,  porque mi padre tenía una ración de cuatro durmientes (de trenes) mensual y nosotros picábamos».

– La tortilla al rescoldo que preparaba su mamá ¿era con manteca de cerdo?
De repente era manteca o grasa, pero se usaba más la grasa del animal.

– Bien contundente el almuerzo: dos platos más la ensalada
Imagínese que nos sobraba comida y, más encima, a la mañana ya estábamos comiendo porotos. Era un plato de porotos añejos; era el más rico de todos.

–  ¿Consumían otras legumbres?
Sí.  Había un intermedio en la semana en que se comía un plato de lenteja o garbanzo.

– Podríamos decir que las legumbres eran base de la alimentación familiar.
Eran base de nuestra alimentación.

– ¿Su madre cómo preparaba las lentejas y garbanzos?
Era más con arroz y los garbanzos con moteméi.

– De estas tres legumbres ¿cuál es su favorita?
Los porotos.

– ¿Y en verano los preparaban granados?
Granados, porque nosotros – a mi padre – le dieron un pedazo de terreno y ahí sembrábamos porotos, papas, tomates, choclos. Todo era sano, porque la tierra tenía fuerza.

– ¿Y frutas? ¿Compraban?
No. Teníamos durazno conservero, la higuera, y durazno pelado.

– ¿Las consumían frescas o preparaban mermeladas, por ejemplo?
Mi mamá no era muy dulcera, pero como teníamos lúcuma y membrillo hacíamos dulce de membrillo mezclando ambas frutas.

– Don Luis ¿aprendió a cocinar algo de lo que preparaba su mamá o solo miraba?
Mirar. Yo solamente vine hacer algo cuando mi señora estuvo ahora con cáncer. Ella me decía lo que tenía que hacer. Hoy hago empanada; la masa me queda excelente.

– ¿El pino también lo hace?
También. Muelo la cebolla, se fríe, después le agrego la carne picada, se sigue friendo y se echa un poco de azúcar para que la cebolla no quede muy fuerte.

– ¿Cómo lo aprendió a cocinar?
Mirando aquí a la señora.

– Volviendo a su infancia ¿la alimentación de ustedes cambiaba según la estación o se mantenía igual?
Era igual.

– ¿Y las ensaladas?
En la tarde (para la once) se hacía un tomate a la chilena; con cebollita y harto ají.  Era sacar el ají que plantábamos nosotros. Era un causeo.

– ¿Comían, por ejemplo, charquicán?
El charquicán también; con carne o con cochayuyo. Picaban la papa, luego freían la carne, se cocía el cochayuyo y luego se revolvía todo.

– ¿Le añadían alguna verdura?
Claro, le metían arvejas, porotos verdes.

– Y de lo que consumían ¿había productos dulces como queque o alguna torta?
No. Solamente cuando se hacía el pedido mensual me acuerdo que mi papá nos traía galletas; galletas de monitos (tipo Museo). Había unos monitos a granel. Eran muy buenas.

Mi familia, mi estilo

– Durante su niñez ¿qué se comía para Semana Santa o Fiestas Patrias? ¿Celebraban cumpleaños o santos?
Ninguna. Ninguna festividad.  Ahora me doy cuenta que uno ha sido diferente. Me acuerdo que cuando mi hermano hizo la primera comunión, lo tuve que llevar yo. Mis padres no participaban en esas cosas.

– ¿No eran religiosos?
 No. No les pasaba por la mente esas cosas. Al final yo fui el que tuve que hacer la cabeza ahí.

– Por ello relató que cuando formó su familia, ésta sería distinta.
Diferente.

– …y que le permitió tener todo lo que ha logrado…
Sí, es lo que hemos logrado.  Mi señora es muy católica. Entonces ahí priman otros principios.

–  Cuando usted ya formó su hogar ¿la alimentación era muy similar a la que usted tuvo de niño?
Fuimos cambiando con mi señora. Cambiando el sistema de los fideos; podíamos hacer un charquicán o puré con un pedacito de carne.

– ¿Sus tres hijos son buenos para comer o son mañosos?
Comen de todo.

– ¿Y los nietos?
Les encanta. Cuando vienen aquí, olvídense.

– ¿Comen legumbres?
Aquí la abuela les hace y se las comen.

– ¿Charquicán, cazuela, carbonada?
De todo. Tengo un nieto que viene de Santiago, Juan, hijo de Paola, viene solamente a comer aquí. «Abuelo, voy a ir este fin de semana».

– ¿Recuerda algún plato o postre que ya no se prepara?
Antiguamente no se podía comer postre. Era un lujo, pero teníamos duraznos. Esas cosas se comían después. Ahí estaba lo dulce, en las frutas.

– ¿Pescados y mariscos consumían?
Sí. Y acá el pescado se consume harto, como la reineta.

– Pero en su infancia ¿comió pescado?
No comía pescado.  Lo que comíamos de mar era el cochayuyo.

– De todos modos, la alimentación de ustedes era bien abundante…
Sí.

– Como familia ustedes comían cazuela, legumbres y tenían un huerto…
¡Y teníamos el parrón!

– Y de aquellas comidas, frutas y verduras ¿ha cambiado el sabor?
Ha cambiado mucho. ¿Sabe? Hoy es más químico.  Todo lo que es fruta aumentada es por la química que le echan a la tierra. Entonces no es el mismo sabor de la fruta.

– ¿No ha vuelto a probar un tomate o durazno rico?
¡No! Imagínese que a la feria a la que voy a comprar traen tomate del norte. Imagínese cómo viene ese tomate.   Ahí en Auquinco, pasado el Embalse Convento Viejo, hay gente que aún cosecha el tomate antiguo y respetando sus procesos.

– Una de las quejas más recurrentes de la gente es que ha variado el sabor del tomate o de las frutas.
Claro.  Si usted hoy compra una naranja notará que se le perdió la dulzura.

– ¿Ocurre lo mismo con las manzanas, por ejemplo? 
Tampoco son las mismas. Han cambiado en su dulzura. Recuerdo que nosotros íbamos a un manzanar, a la orilla del cerro, a los rastrojos. Llevábamos sacos y nos traíamos un saco lleno de manzanas.

Vida deportiva, alimentación saludable

Don Luis no solo fue futbolista, también entrenador: estuvo a cargo de Juventud Ferro, de Chimbarongo, equipo de la Tercera División en el fútbol amateur.

– ¿Qué opinaban sus padres respecto a su dedicación el deporte?
A mi mamá no le gustaba mucho, porque llegaba lesionado por las patadas que me daban. Antiguamente los chuteadores eran de otra calidad. Y las pelotas no eran las mismas de hoy.  Y cuando estaba mojada, dolía más.

– Le dieron buena alimentación, pero no lo apoyaron mucho en su iniciativa. Usted la siguió solo para la vida…
Es que yo lo tenía claro. Siempre miré hacia adelante para conseguir mi objetivo. Y aquí estoy.  El deporte fue educándome.

– Como deportista profesional ¿tenía alguna dieta?
Antes de un partido, tallarines.  Podía ser tallarines con un trozo de pollo. O arroz.  La leche con plátano era cuando entrenábamos.

– No era de aquellos que después de entrenar se van a tomar cerveza.
A mí me da rabia, porque cuando entrenaba lo primero que hacían era ir a tomarse una cerveza.

– ¿Cuándo era entrenador?
¡Claro! Cuando era entrenador me molestaba. Les decía que era perjudicial para su salud. Se pierde todo.  Después no tenían la fuerza suficiente. Imagínese que a nosotros nos hacían subir al cerro Condell (Curicó) para trabajar la parte física. Nos hacían correr con uno al hombro bajando el cerro.

– Y hoy que juega tenis ¿mantiene alguna alimentación en especial?
No, porque me alimento con lo que prepara mi señora. Ella ve la parte sana de la comida. Ella es muy cauta.

Explica que su paso del fútbol al tenis fue producto de una trombosis, y que tras los consejos de su médico comenzó a practicar esta última disciplina deportiva.

«Recuerdo que estaba en cama y me vino a ver el director de obras. “Levántate Lucho, porque voy a hacer unas canchas de tenis”. Y así fue. Me levantó el ánimo. Ahí estuve 11 años administrando el estadio. Administraba la piscina, la cancha de fútbol, hice esas canchas de tenis. Era entrenador. Las hacía todas».

«Yo soy hijo de este pueblo. Todos me respetan. Don Lucho ¿el apodo? El Espejo».

– ¿El Espejo? ¿Por qué?
Cuando íbamos a estudiar aquí en la Parroquia San José, estando en cuarto (básico), mi padre me compró un overol entero, Y había un pintor al que llamaban «El Espejo» y todos me gritaban «Ahí viene El Espejo» y así quedé. Nunca me incomodó. Al contrario. Iba a jugar al campo y decían «viene El Espejo, vamos a verlo jugar».

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