Texto de Karina Jara Alastuey. Fotos de Clara Bustos Urbina

La vida de René Donoso Morales no ha sido del todo fácil.  Nació hace 72 años, en un Chile en que la figura del patrón era muy fuerte y determinante en la vida de muchas familias campesinas.

Hijo de Manuel María y Blanca, al año de vida llegó desde Apalta (Nancagua) a vivir junto a su familia al Fundo Las Mercedes, Chépica. Allí su padre se hizo cargo de la lechería, mismo lugar donde años después trabajaría.

Él era el encargado de una lechería grande que había, y después nosotros – como íbamos creciendo –  nos fue metiendo al fundo, porque antes eran obligados. Mi papá era obligado. No tuvo días domingo, no tuvo Años Nuevos con nosotros. Nunca supimos estar con él en una fiesta porque él tenía que estar preocupado de eso (lechería).  Las lecherías son demandantes”.

– ¿A qué edad comenzó a trabajar usted?
Comencé a trabajar más o menos a los 8 ó 9 años cuidando chanchos. Estábamos medio día en el colegio. Había una sola profesora pagada por los mismos patrones, pero ella le hacía a todos los cursos. Primero, segundo, todos en una misma sala.  Los más grandes en la mañana y los más chicos en la tarde.

– ¿Y hasta qué curso llegó?
No siento vergüenza en decirlo, pero hasta Segundo Año Básico. Trabajábamos medio día y medio día en el colegio.

“Salíamos del colegio, almorzábamos, y a los niños nos llevaban a trabajar con un adulto mayor a sacarle el pasto, el chamico, todos esos pastos que no son a los maizales. Y lo hacíamos a mano.

– Trabajaba usted ¿sus hermanos?
También.

– ¿Cuántos son?
Éramos 13,  pero uno murió cuando era guagüita.

– ¡Muchísimos!
Y de ahí empezamos a trabajar nosotros. Cuando estábamos un poquito más grande nos obligaron a trabajar sacando leche de las vacas a mano.  Fueron más o menos 20 años sacando leche a mano: trece vacas yo, tres un hermano mío y así. Éramos como cinco sacadores de leche todos con 30 vacas.

– Muchos niños trabajando y creciendo en ese lugar.
Yo conversaba con mi hermano y él me decía “y cuando tengamos 50 ó 60 años, ¿cómo vamos a tener las manos?”. Malas pues.

– ¿Cómo las tiene hoy?
Mire, sanitas gracias a Dios y a la Virgen.

Familia grande, choclón unido

– ¿Y su hermano, don René?
Él falleció. En diciembre de este año se cumple un año de su fallecimiento. Vivimos toda una vida juntos.

Confiesa del total de sus hermanos, cuatro de ellos se casaron con cuatro hermanos de la familia Zavalla.

– ¿Verdad?
El cuñado de nosotros se casó con una de nuestras hermanas; después un hermano mío se casó con la otra hermana; luego otro hermano se casó con otra de las hermanas e iba quedando yo nomás. Pero parece que el destino me fue empujando y me casé con la última de las hermanas.

– Linda historia
Los hijos míos con los de mis hermanos son todos Donosos Zavalla, salvo uno, que es Zavalla Donoso. Los niños se quieren como hermanos.

– ¿Todos viven por acá?
Todos, todos viven cerca. Toda una vida unida. Soy muy cariños con los niños, con mis hijos y sobrinos.   Yo jugaba con ellos en el suelo. Andaba para todos lados con ello.

– ¿Cuántos hijos tiene usted?
Cinco.  Cuatro hijos con mi señora, que era madre soltera cuando nos casamos. Críe a la niña, que se llama Sandra,  desde los 7 años. Es como una hija más.

– ¿Y nietos?
Tengo 11.

– …además de todo el grupo con los sobrinos.
Oiga, todos juntos. Llegan todos aquí a la casa. Una que no tiene auto, que vive para el cerro, la van a buscar. Están todos juntos, siempre.

– Todos apiñados…
Todos apiñados. Ningún hermano peleaba con alguna hermana. Nada.

– ¿Sus padres fueron así con ustedes?
Claro. Siempre nos mantuvieron así. La crianza de antes es muy distinta a la de ahora. Antes había mucho más respeto. A nosotros nos llevaba en una sola línea.

Cocinando para 14

– Con tantos hermanos ¿cómo era el tema de la comida en su casa?
Resulta que como mi papá trabajaba (en el fundo), le daban una media cuadra de tierra para que mantuviera a su familia.

– ¿Una huerta para la familia?
Claro. De un potrero X  daban a todos los trabajadores del fundo una cantidad de terreno. Ahí mi papá sembraba.

– ¿Qué sembraba su papá?
Sembraba maíz, papas, porotos y ahí los vendía. Mi mamá criaba aves, chanchos, pavos, gansos, de todo. Ahí mi papá tenía un cuarto chiquitito y había como un metro de alto de papas, que guardaba para comerlas después. También sacos de porotos para el invierno. Nunca nos falló. Nunca pasamos hambre, sí pobreza en cuanto a vestuario

– ¿Recuerda qué consumían para el desayuno, almuerzo, once y la cena?
El desayuno era leche. Como trabajamos toda una vida en la lechería, a mi papá le daban una ración de leche.

– ¿Solo o con algo?
Con harina tostada, el ulpo. Y para el almuerzo, mi mamá tenía que empezar a pelar las papas con mis hermanas.

– ¿Y qué era el almuerzo?
Porotos algunas veces con chicharrones, cuero de chancho, y pantruca.

– ¿Era un solo plato para el almuerzo?
Era uno. Era raro que tocaran dos porque éramos tantos. Pero como a cuatro de la tarde la mamá estaba pelando papas otra vez para la noche, porque antes se comía en la noche.

– Entonces era desayuno, almuerzo, comida ¿y once?
Sí.

– ¿Y en qué consistía la once?
Té con huevos y tortilla al rescoldo que era lo que más había.

– ¿Las hacía su mamá o compraban?
La mamá las hacía.

– Su mamá todos los días tenía que cocinar para más de 14 personas…
Sí. Y nunca tuvo diferencias. Desde que tenemos uso de razón nunca la escuchamos que estuviera cansada. Nunca. Ella trabajó y trabajó. Y a lo último imagínese quedó solita con mi papá. Imagínese que algunos hoy tienen miedo de tener uno o dos niños ¿y en cuánto van a quedar solos? En poquito tiempo.

– ¿Su mamá cocinaba en un “pollo”?
Sí. En el suelo se ponían algunos ladrillos y ahí se hacía el fuego,  que era lo que nos interesaba para calentarnos todos.

– ¿La cocina quedaba fuera de la casa?
Sí, afuera de la casa.

– ¿Quién le ayudaba a su mamá cocinar?
Las más grandes, que tenían que cuidarnos a nosotros.

– ¿Y qué otras comidas tenían que preparar
La cazuela y cuando se hacía ¡había que matar dos aves!

Confiesa que fue su madre quien le enseño a cocinar. Ahora yo le hago a todo: lavo, plancho. A todo.”

– ¿Hoy cocina lo que aprendió en su casa?
A veces hago porotos con riendas o con chicharrones.

– ¿Y cómo lo prepara?
Remojo los porotos. Al otro día los lavo y los echo a cocer con agua fría. Una vez que los porotos se cocieron, le echo papitas picadas y si hay chicharrones, les echo. Tallarines y arroz también se preparar. Y hago queques.

La ayuda del padre Geraerts

Don René estuvo casado durante 40 años, pero hace 5 que enviudó. Hoy comparte su vida junto a otra persona, una profesora “muy buena mujer, excelente. Mi señora era muy buena también. La querían mucho aquí. Ella santiguaba. Ella no tenía pereza  si venía alguien a las dos o tres de la mañana.

“Ella era muy cercana a la iglesia, era catequista.  Yo fui sacristán y mi hermano también. Gracias a Dios, el padre Enrique Geraerts, que era párroco aquí en Auquinco, me regaló este sitio; a mi hermano también. Al final regaló siete sitios.  A él no le importaba que fueran todos católicos; él le regaló hasta evangélicos. Él veía la pobreza de la persona. Nos pasó plata para postular a los subsidios. Él compró todos estos terrenos.

– ¿Por eso este sector lleva su nombre?
Sí, por eso lleva su nombre.

– ¿Y cuál fue el motivo de esta ayuda?
Ayudó a todos los parceleros del Fundo Las Mercedes cuando el patrón los corrió. Se vinieron a unas bodegas que él mismo hizo. Después hicieron un contrato en Chimbarongo por casas de madera para  todos; las compraron y el padre Geraerts –  por cuenta propia – les puso techo a todas ellas.

– ¿Por qué ocurrió esto? ¿Por la Reforma Agraria?  
Claro, para la Reforma Agraria; cuando los parceleros se tomaron las tierras, el patrón los echó de la parte que les correspondía. Botó todas las casas en la que vivía la gente. Entonces quedaron por acá. El padre les colocó techo a todas las casas.

“El padre Geraerts, para que las casas alcanzaran para todos, metió más plata además de dinero para los techos”.

La comida con la que creció versus la que consume hoy

– A medida que creciendo ¿cómo evolucionó la comida de su hogar?
De a poco fue cambiando. Los mayores comenzaron a casarse y de ahí ya estuvimos un poquito más cómodos. Luego nos casamos nosotros. Ya a lo último era muy poco de lo que se cocinaba a la antigua.

– Cuando se casó ¿su señora cocinaba lo tradicional?
Lo tradicional; lo que cocinaba su mamá también. Ella fue muy cuidadosa conmigo y con los niños. Muy preocupada.

– ¿Qué cocinaba? ¿Cuál era el plato que le gustaba que ella cocinara?
Los porotos con chicharrones o los porotos con mote, que también los hago.

– ¿Es lo otro que aprendió?
Claro. Ella me decía “aprenda si un día yo no estoy”. Ella misma me incentivaba, y también con los hijos. Si estaba ocupada, yo mudaba a mis hijos. No tenía pereza para hacerlo.

– ¿No es machista?
No ¡para nada!.  Yo la entendía. Si ella estaba ocupada, yo tomaba mi plato y me servía; tomaba mi tasa y la lavaba la loza. En todo la ayudaba. Fuimos muy unidos. Nunca un disparate de decirnos algo que nos molestara tal como hace la gente de ahora.

– ¡Qué bonita relación!
¡Muy linda!  Ella siempre les decía a mis hijas  que “antes que yo me muera, porque ahora estoy grave, decirles las cosas cómo eran”.  A todos les expuso algo.

Después los chiquillos me dijeron “ya papi, ponte al lado de la mamá para que nos cuente ella cómo fuiste tú. Aquí ella nos va a contar la verdad”.  “Muy bien, que la cuente” respondí. Les dijo que estaba muy agradecida, que Dios le dio un buen marido. Yo con ella, ningún problema. También les pidió que el día en que ella ya no estuviera y aparecía otra mujer, que ellos se preocuparan que fuera buena. “Cuídenlo, porque no puede quedar solo”.  Una hija mía se vino a vivir un año conmigo aquí; incluso construí un segundo piso. Mis hijos son una maravilla conmigo, los cinco.

– ¿Cuántas hijas e hijos?
Tres mujeres y dos hombres.

– A pesar que su vida no ha sido fácil siempre ha contado con el apoyo y cariño de su familia.  
Todo igual.

El mal patrón

Después que se casó, don René entró a trabajar a la lechería del fundo, “porque si yo no trabajaba me quitaban mi casa”.

– …  y porque era parte del fundo.
Claro. Entonces el patrón me dijo  “tienes que trabajar conmigo y yo te voy a regalar una; te voy a pasar una casa.”. De ahí me dijo “te vas a ir hacer un curso”. Me llevó hacer un curso a Pelequén para hacer queso de chanco. Trabajé siete años haciendo queso chanco.

– ¿Este fundo vendía queso de chanco?
Sí pues.  Imagínese que yo me levantaba a las cuatro de la mañana. A las ocho de la mañana ya llevábamos cuatro horas trabajando. De ahí desde las 08:30 hasta las 13:00 horas y de las 13:30 hasta las 23:00 horas algunas veces.

Yo a mis hijos los veía durmiendo cuando me iba y cuando llegaba a casa.  Me iba a tomar desayuno y debía volver al tiro,  porque ya les había echado cuajo para cortar la leche y hacer el queso. Él me colocaba a tres personas más para hacer cuatro quesos en la mañana y cuatro en la tarde. ¡Ah! Y le trabajaba todos los días pero me pagaba el día de trabajo como una persona que entra a las 8 de la mañana y sale a las 12 a almorzar y vuelve a las 13:30 hasta las 17:30 horas.  Imagínese trabajar tanto.

– Era un poco explotador el patrón por lo que usted está contando…
Lo más malo como figura de patrón aquí en Chépica.

– ¿Cuánto tiempo trabajó usted en esa lechería?
Siete años.  El sufrimiento fue muy grande. Y me salí porque nos cortó el trabajo. Trabajé, enseñé. Nunca tuve problemas para enseñar a los demás. Después me cortó a mí y dejó al otro; luego cortó a ese  y puso a otro. Cuando me despidió nunca me dio un peso por todos esos años trabajado; incluso cuando trabajé haciendo queso chanco logré el segundo lugar en calidad de queso en Santiago.

– ¿No le dieron un reconocimiento?
Nunca. Ni a mis padres tampoco. Podría haber dicho “mira, voy a regalarte esto en reconocimiento” o “darte plata, porque estás recién casado.”

– Y cuando lo echó ¿dónde vivió usted?
Me tuve que venir a la parcela de un cuñado.

– …porque al perder el trabajo perdió la casa.
Claro, tenía que devolver la casa. Me dio medio año de garantía para vivir y de ahí me vine para donde mi cuñado.
Yo con mi mamá tuvimos que hacer los adobes. Hice el barro, corté los adobes. Un cuñado mío me ayudó a levantar la casa. Era de adobe con tabique.

– Usted ya estaba con su esposa ¿y tenían hijos?
Sí, dos.
“No me pagó ni un peso. Incluso pensé en demandarlo pero no lo hice. Mi papá me dijo “oye hijo, te voy a aconsejar que no lo hagas”. “¿Por qué’?” le pregunto. “Porque él tiene un hermano que es juez en Santa Cruz. ¿Cuándo lo vas a ganar? Si tú lo demandas, te va a mandar a otra persona, un abogado, para que lo represente. ¿Cómo lo vas a ganar? Nunca lo vas a ganar”. Y así fue.

De santos, chancho y pescados

Rememora que fue un familia muy religiosa, de misa diaria, de novelas, Mes de María y Sagrado Corazón. Por ello, en cuanto a celebraciones, recuerda que ellos conmemoraban San Manuel, en honor a su padre.

– ¿Y qué se hacía?
Mataban un chancho. Participaban los mayores, un tío, ya que mi papá no podía por el trabajo.

– ¿Qué preparaciones hacían a partir del cerdo?
Las moras.

– ¿Se refiere a las prietas?
¡Las prietas! Es que antes les llamaban las moras. También hacían queso de cabeza y arrollados.
Y en el caldito del arrollado preparaba el catete.

– ¡El catete con harina tostada!
Ese mismo.

– ¿Y le gustaba a usted?
¿Cómo no nos iba a gustar? ¡Es rico! Y a los porotos se les echaba también. La hacían con grasa. ¿Ve que cuando hacen chicharrones queda toda esa grasa líquida? Bueno, le echan ají de color y luego se agrega a los porotos. Quedaban ¡uf!

– ¿Prepara así los porotos?
¡Claro! Pero lo hago con aceite. Ya con grasa no.

– ¿Ocupa aceite porque es difícil conseguir esa manteca  o no quiere consumirla?
Es porque uno ya cuida su alimentación; que sea más saludable.

– ¿Y para semana Santa, don René?
Para Semana Santa recuerdo que había que pelar las papas un día antes, lo mismo que cortar la leña. No se trabajaba ni se podía jugar ni podíamos pelear. Todos calladitos para el Viernes Santo.

– ¿Qué comían?
Las comidas que se hacían normalmente, pero ahora se preparaba un día antes.

– ¿Pero carne no comían?
¡No! Carne no, pero legumbres sí.

– ¿Y pescados y mariscos?
Comíamos harto pescado, porque una hermana mía pololeó con un joven que vendía pescados.  Y cuando le iba mal, dejaba su dos o tres cajas con pescado afuera de la casa. Entonces mi mamá los tomaba, los lavaba y los extendía igual como el charqui, que antes se consumía harto charqui. Lo mismo con los animales del fundo.  A veces le decían “llévese una pierna, lo que quiera”. Y lo hacía.

– ¿Cómo preparaba el charqui de pescado?
Los pescados llegaban sin espinas ni tripas, entonces mi mamá los lavaba y los extendía en un alambre.

– …y los dejaba secar.
Se sacaban en el día y se guardaban en la tarde. Al otro día se hacía lo mismo y se guardaba. Y ahí mi mamá los hacía frito.

El charqui hay que dejarlo que se seque.

– ¿Pero la sal en qué momento se le añade?
Cuando se extiende la carne y después se colgaba.

– ¿Y al pescado?
No, al pescado no le echaba sal.

– ¿Consumían algún otro producto que proviniera del mar? ¿Cochayuyo?
También. Comíamos harto cochayuyo.

– ¿Le compraban a los costinos?
Ellos pasaban con sus mulas. Vendían la sal y el cochayuyo. Lo cambiaban por maíz, por papas o porotos.

– ¿Los domingos comían lo mismo que el resto de la semana?
Algunas veces, pero en general comíamos lo mismo que durante la semana.

– No había como un día especial…
No, no. Ahora es más distinto.  Una cazuelita y los otros días se acaba la carne y se come porotos nomás.

– ¿Y otras legumbres?
Sí, como lentejas. Comíamos hartas legumbres en el colegio. Estuve en el colegio de la Orilla (de Auquinco). Ahí nos daban harto garbanzos o lentejas.  Incluso ahora yo como harta lentejas porque a los que somos de la tercera edad nos entregan dos bolsas de sopa (de legumbres).

– En cuanto a frutas, postres, platos dulces ¿su mamá preparaba algo?
No había para postres antes. Pero frutas sí, las de temporada. Recolectábamos zarzamora para comerlas y hacer dulce

– ¿Ha cambiado el sabor de la fruta comparada a la de ahora?
No tanto fíjese, pero sí está todo más caro. El plátano, la manzana. Cuando salimos a la feria el sábado es  los que traemos.

– ¿Hay algún producto que ya no se ve, que no es fácil encontrar?
El garbanzo es difícil de encontrar.

– Y en cuanto a ensaladas ¿el yuyo, la penca?
Claro. Yo tengo matas aquí de penca, pero de la alcachofa. De eso hacen ensalada las chiquillas.

– ¿Usted tiene una huerta?
Sí, tengo una huerta. Siempre la pico a pala

– ¿Mucha de la fruta y verdura que consume es lo que usted cosechó de su huerta?
Claro.  Tomates yo planto desde rosados, unas dos o tres hileras.

– ¿Con sabor a tomate?
¡Ricos! Da gusto comerlos.  Mis hijos cuando vienen me la dejan peladita. “¿Qué andan haciendo ahí?”  les pregunto; “Sacando fotos”. Responden.

– Su tomate comparado con el del supermercado ¿es de  mejor calidad?
Lejos, lejos. Tiene sabor a tomate. Usted encuentra en esta fecha (invierno) un tomate rojo pero duro. Nosotros tenemos un pozo y regamos con esa agua.

– ¿Siempre ha tenido esta huerta?
Siempre. Creo que deben ser ya unos 20 años aproximadamente. Siempre plantando árboles acá.
Tengo frutas y verduras y hierbas como moto, la ruda y el matico.

El queso chanco y otros rumbos

Tras ser despedido del Fundo Las Mercedes, don René estuvo trabajando cerca de Puquillay, a donde llegaba a pie porque ni bicicleta tenía para movilizarse. Con el tiempo, retomó el queso chanco, porque el administrador de otro fundo se lo llevó a trabajar con él.

“La mejor calidad de queso que hice fue allá. Hacía un queso diario, porque él vendía la leche. El administrador general llevaba queso a San Fernando para las casas comerciales a regalar trocitos de queso afuera a ver si les gustaba y así las empresas compraran.

Estuve siete meses. Tuve problemas con un administrador que llevaron después, que le puso condiciones al patrón. A mí me daba el primer día permiso para venirme con la plata para acá cuando pagaban. Y todas las horas extraordinarias que trabajaba me las pagaban los días 15. Ahí me daban nuevamente permiso para venir para acá otra vez. Pasé 7 meses fuera de la casa.

– Estaba un ratito…
Claro. Y los niños quedaban llorando. A lo último ya me tuve que venir por mis hijos, porque se ponían a llorar y el más chico comenzó como a enfermarse. Le dio como depresión. No quería ir al colegio. Cuando llegaba, me iban a encontrar y yo dejaba el bolso botado y me venía con ellos aquí arriba, con los cuatro.

– ¿Y dónde trabajo después?
 Trabajé un tiempo aquí y me vino a buscar el mismo patrón de los quesos. Le dije que había tenido problemas con el administrador porque cuestionó por qué me daba tantos permisos. ¿Qué le importaba a él si el patrón me estaba pagando? Era un patrón muy bueno. Cuando me vino a  buscar me dijo “oye, compré un tractor Un 11,75 Massey Ferguson para que tú lo manejes, para que tú cortes el pasto para darle a unos carneros y unas vacas. Él tenía vacas holandesas, americanas, de buena calidad. Y ahí yo comencé a sacar leche con máquina.

– Dado que usted preparaba queso ¿mantienen el sabor de antaño comparado al de hoy?
Creo que son los mismos, porque  yo trabajaba con cuajo que traían desde Alaska, era exportado y muy bueno.

El infarto

Uno de sus últimos trabajos fue en un fundo que tenía ciruelos y en el que se desempeñó como supervisor de las cosechas, a cargo de un riego automatizado.

“Ahí me quedé hasta que me dio un infarto. Yo tengo que haber nacido con una arritmia cardíaca, porque cuando tenía que hacer el Servicio Militar me la detectaron. Recuerdo que me dio un cansancio mientras cortaba el pasto en un desagüe. No podía caminar de lo cansado que estaba. Entonces solicité permiso y fui al cardiólogo. Él me dijo que estaba mal, que no podía seguir trabajando y debía retirarme del fundo.  No podía hacer fuerza en el trabajo. Me retiré. Estuve 11 años en ese fundo. Y no me pagaron ningún peso. Podrían haber dicho “pucha, te enfermaste”. En todos los fundos a usted le dan hasta cuando uno les sirva. Siempre digo que uno es como un caballito de feria; que cuando sirve lo llevan cargadito, pero ya después compran otro nuevo.

Así que el doctor me dijo que hablara con una asistente social de Chépica, que me hiciera una carta y la enviara al Compin. Y me jubilaron anticipadamente por enfermedad.

– ¡Pero usted trabajaba desde muy niño!
¡Imagínese!

– Entonces cuando se vino para la casa se dedicó ayudar en labores domésticas.
¡Claro! ¡A todo!

– Se mantiene activo
Claro en la huerta, en hacer actividades y salgo andar en bicicleta.

Ni hijos ni nietos mañosos

– Usted nos cuenta que en su casa se comía lo que había. ¿Sus hijos hicieron lo mismo?
Ninguno de ellos es mañoso.

– ¿Y sus nietos?
Tampoco.  Y tengo hasta bisnietos.

– Es decir, ellos comen lo que hay para comer.
Comen lo que hay. No son exquisitos que digan “¡pucha lo que hizo mi mamá hoy día!”.

– Si usted prepara porotos con cochayuyo se lo van a comer igual.
¡Claro! Ni tampoco han sido cabros que digan que andan tomando o que no llegan a la hora. Nada.
Imagine que yo ni jugo tomo, y solo para compartir con mis hijos o amigos un vasito de vino, que no me hace nada. No soy de esos fanáticos de póngale y póngale.

– ¿Qué opina usted de la alimentación actual?
No me gusta.

– ¿Por qué?
Porque hay tanta chatarra. Yo siempre a la media antigua.

Los eternos porotos

– Donde René: si tuviera que escoger un plato de la cocina tradicional chilena para promover el turismo de la zona ¿cuál sería?
El plato que siempre me ha gustado: los porotos con tallarines o con mote.

– ¿Y por qué los tallarines con rienda o con mote?
Por el sabor que tiene el mote.  Le da un sello; le da un toque especial.

– ¿Y cómo se prepara ese poroto con mote?
El poroto se cuece igual que el mote: se lava y se echa a cocer. Se le echan todos los aliños al poroto y en seguida le añade el mote. Ahora el poroto uno lo hace con longaniza, en trocitos chicos para darle más sabor.

– ¿Al poroto con mote le echaría ají o la color? ¿o lo prefiere solito?
Sí, le echaría.

– ¿Y longaniza?
Sí.

– Quedaría espesito…
¡Claro! Y de un día para el otro, mejor (risas).

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