Texto y fotos de Clara Bustos Urbina.

Doña Lilia Navarro Aqueveque es una querida profesora normalista, moderna y risueña, que muy amenamente relata episodios de su vida en Colchagua. Llegó en tren, desde el Sur, a los 20 años, cuando ni siquiera “conocía en el mapa” a Santa Cruz, lugar al que fue destinada por la Escuela Normal de Angol.
Aunque todavía no olvida su natal Teodoro Schmidt, un pueblito cercano a Temuco, es en la Región de O’Higgins donde ejerció durante 45 años la docencia, se casó, crió  a 3 hijos y vive hasta hoy, recibiendo constantemente el saludo cariñoso de sus ex alumnos.

– ¿Dónde nació?
Mire, yo soy sureña. Nací en un pueblito del sur de Temuco que se llama Teodoro Schmidt.  Ahora es una comuna, pero en esos tiempos no había ni camino ni locomoción de buses, nada. Mis padres tenían campo al lado del pueblito, con siembras grandes. También se hacía mucho el queso, porque había muchas vacas.

– ¿Hasta qué edad estuvo con su familia?
Yo estuve hasta los 17 años, porque estudié en unas monjas en Pitrufquén, después me fui a la Escuela Normal de Angol y de ahí me mandaron destinada acá a Santa Cruz.  Yo no lo conocía, ¡ni sabía que existía!

– ¿A qué se refiere con “destinada”?
Destinada porque las escuelas normales antiguamente enviaban a sus alumnos a trabajar. Les decían “dónde se quiere ir usted, a qué provincia, a qué comuna”, o sea, les indicaban, les daban como un mapa, y yo, para no quedarme en la casa, elegí O’Higgins.  Y dentro de O’Higgins estaba Santa Cruz y me dijeron “te tienes que ir a Santa Cruz”.

– ¿A los 17?
No, en ese tiempo ya tenía 20, porque estudié 3 años en la escuela normal para ser profesora normalista de Ciencias Naturales.

– ¿Cómo fue el Santa Cruz que usted encontró?
Santa Cruz…  Me quise volver al otro día. Sí, porque llegué a una escuela que era tan antigua que no tenía vidrios en las ventanas, las paredes eran de adobe, con unos huecos donde pasaban los niños de un lado a otro. ¡Los ratones andaban arriba!, y yo el primer día, no le digo, me quise ir al tiro.

– ¿Eso era en el campo o en la ciudad de Santa Cruz?
No, no, Santa Cruz. En ese tiempo era la escuela 4, la que actualmente es Victoria Araya. Antes estaba más al centro.

– ¿Fue impactante?
Para mí fue traumante porque nunca había visto una escuela así.  El primer día que fui había una señora que era la manipuladora, que vivía ahí en la escuela, que tenía como cinco niñitos y los criaba a potito pelado. ¡Así! Invierno, verano, los niños andaban así, casi desnudos. Entonces, cuando entré y esa señora me mostró la escuela, porque la directora no vivía ahí, salieron unas gallinas cacareando dentro de la sala.  ¡Y ponían (huevos) ahí!  ¡Cuando no había niños, ponían ahí! Entonces, imagínese, yo venía con la ilusión de uno de empezar a trabajar y qué bonito, que aquí, que allá…

– ¿Cómo fue el viaje desde la Región de Temuco a Colchagua?
Me costó un mundo llegar, porque en ese tiempo solo había tren.  Entonces no había vehículos, o sea, había unos micros que eran las gaviotas, unas micro viejas, pero era lo que había nomás. Llegué, y traía ya “chato” al que cobraba los boletos preguntándole “¿cuándo llegamos?”.  Así, como que era cabra chica…

– ¿Cuántas horas fueron?
Muchas, yo las encontré muchas, muchas. Y menos mal que me acompañó una tía que era soltera; si la niña no se podía venir sola po’.  Así que ella estuvo un mes conmigo acá.

– Junto con designarle el lugar, ¿también le entregaban una casa donde vivir?
No. Tuve que buscar. No había hoteles acá. No había pensiones. Solamente encontré una casa en Lo Ravanal que daba alojamiento. Ahí estuve un mes, pero la alimentación tenía que hacerla en otra parte y los mismos colegas me buscaron otro lugar.

Su primer curso 

Doña Lilia también recuerda como “traumante” su primer encuentro con la directora, pues cuando se presentó esta no la reconoció. “En ese tiempo estaban bien pobres en alumnado para los cursos profesionales- y la directora, al verla le dijo “¡ay, mi hijita, llegó otra alumna!”.

“Y yo no la podía hacer entender que era profesora, no tenía cara de profesora tampoco, como yo era una cabra chica, ¡si era flaca y chica, parecía alumna!  Además que venía medio tímida y con todo lo que había visto… “Señora Victoria, soy la profesora destinada de la Escuela Normal de Angol”.  Y ahí vino a aterrizar y me dice “¡Ay, pero no tenemos cupo! Ya, vamos a ver”. Si yo venía destinada, tendría que ella ver manera de dónde me ponía. Y me formó un curso, primer año, de todo lo que las colegas dijeron que ya como que no servían en los otros cursos.  Así.  Primero básico, enseñar a leer sin experiencia, nada, pues si yo venía recién, entonces, bueno, era lo que había y tenía que aceptarlo”.

– ¿Recuerda qué comidas les daban a los niños en ese colegio?
Bueno, la comida típica, cazuela no, eran cosas secas, o sea, poroto, tallarines, arroz, lo que mandaba la Junta de Auxilio (Escolar y Beca).   A veces le ponían huevo revuelto, y en realidad, en ese tiempo nosotros no entrábamos a supervisar la comida.  Más adelante, a los años después, nombraban a un profesor encargado, que incluso tenía derecho a almorzar con los niños.  ¿Para qué? Para enseñarle modales, para supervisar que los niños se alimentaran bien.  Eso fue a los años después, pero antes no.

– ¿Por qué decidió quedarse?
Me decidí porque qué iba a hacer si era tan cabra chica y en otra parte no me iban a pescar.

– ¿Y su tía la animó también?
 Claro, mi tía me acompañó. Después de un mes los colegas me buscaron otra pensión donde tenía pensión completa, o sea, almorzaba, dormía.

– ¿Esas comidas eran distintas a la comida que usted acostumbraba a comer en el sur?
Sí, pues sí. Por ejemplo, allá en mi casa se hacía el caldillo congrio, los porotos con rienda o porotos con mazamorra y la carbonada también, bastante. Y lo otro que, por ejemplo, en mi casa se mataban animales, mi papá mataba una vaquilla cuando había cosecha para darle a los trabajadores, entonces había carne para bastante tiempo.  Y ahí lo que siempre yo pedía era el asado de costillas, porque me encanta.  Lo otro que en mi casa se hacía era el pescado ahumado, que me encantaba con papitas.

– ¿Y acá no se veía mucho la carne ni el pescado?
Poco. Es que yo vivía cerca del mar, entonces podíamos obtener todos esos productos y lo que mucho se veía también era el pebre machacado.

– ¿El chancho en piedra?
El chancho en piedra, sí.  Eso era de mi zona.

– ¿Todo eso usted lo extrañaba?
Claro, claro.  Pero si yo, por ejemplo, si había un feriado así de día lunes o viernes, en la noche yo me iba a mi casa, dormía y tenía que venirme.

– ¿Y qué le hizo quedarse acá?  ¿Se enamoró?
No, porque me enamoré casi a los tres años después. Era bien tranquila, era media pajarona.  Sería donde era la regalona, no sé, pero no.  Según mi marido, porque todos le preguntan “¿cómo encontraste a la señora Lidia?” y él dice “Es que el Señor le dijo, anda porque tu viejito te está esperando allá en Santa Cruz”. Y siempre cuenta así (risas).

Costumbres distintas: Rodeo y Ramadas en el Cementerio

– ¿Qué costumbre encontró que le llamaran la atención?
Lo que a mí me llamó mucho la atención, que nunca había ido yo, es a un rodeo, al que me invitó la señora donde empecé a pagar pensión completa. No me gustó mucho por eso de aporrear a los animalitos, es una tradición, pero no sé, para mi gusto no. Y lo otro que me llamó mucho la atención es para Todos Santos hacían ramadas ahí en el cementerio.

– ¿En el cementerio de Santa Cruz?
Sí.  Con música y ramadas así, pero ramadas no para bailoteo como el 18, sino que con música, venta de cosas. Y eso me llamó la atención porque era como una fiesta el 1° de noviembre.

– ¿Se perdió eso?
Se perdió.  Ahora se hace venta de cosas, pero no ramadas.

– ¿Iba también a las ramadas de Fiestas Patrias?
Aquí las conocí porque en mi casa no me dejaban ir.

– ¿Qué le parecieron?
¡Me gustaron!

– ¿Qué se vendía ahí para comer?
De todo. Empanadas, sopaipillas, carne, asado, todo eso que el chileno come.

– ¿Y allá donde usted vivía también comía las empanadas?
En mi casa sí.

– ¿La empanada acá era diferente o era la misma?
La misma casi, lo único que allá se le echa pasas.  Sí, con pasas me encantan. Igual que el pastel (de choclo) y las humitas yo las como con azúcar.  Porque es costumbre, me quedó del sur.

– ¿Y acá no?
No, acá no.  En general no. Una vez tenía invitado a un ahijado, amigo de mis hijos, y le dije, “Claudio, sírvete, aquí hay azúcar para la humita”.  “No tía -me dijo- eso comen los chanchos”.  “Gracias -le dije-, porque yo las como”. Y después no hallaba cómo arreglarla… En el sur se combina mucho lo salado con lo dulce.

Doña Lilia

Carrera docente

Desde el año1965, en que llegó a Santa Cruz y por los 45 años siguiente fue profesora en distintos colegios de la zona.

– ¿En qué otras escuelas usted trabajó?
Trabajé también en María Auxiliadora veinte años. Yo digo, levanto una piedra y me encuentro con un exalumno, porque todo el mundo me conoce. Si a veces voy a la feria, con mascarilla y gorra, paso y me dicen “oye, profe, ¿qué anda buscando?”, y yo juraba que no me conocían.

– ¿Cuántos años trabajó en la primera escuela?
En la primera trabajé unos cinco años, porque después me trasladé a la escuela más grande del centro.  Más en María Auxiliadora.  Trabajé en forma paralela porque como estaban muy cerca, me cambiaba de colegio en las horas de recreo.

– ¿Y cuándo jubiló? ¿Cuándo dejó de hacer clase ya?
Bueno, yo como estaba en dos colegios, estaba cansada ya, y ya estaba más vieja, con mis hijos ya grandes, jubilé anticipada. Eso fue el 2007 o 2009, no me acuerdo bien. Pero antes de un año un profesor de Palmilla que era jefe del DAE me ofreció una escuela para el campo del Huique, allá por el cerro, en un lugar que se llama Santa Irene, Santa Matilde.  Nunca había salido de la casa, le dije a mi marido y al principio, los tres primeros meses, él me iba a dejar y buscar todos los días, pero al final me quedé toda la semana allá en un departamento.  Y yo siempre digo, fueron los días más felices que tuve, porque estaba sola.  Nadie me pedía una taza de té, yo me acostaba a la hora que quería.  (Risas)

– ¿Y cuánto tiempo?
Ocho años. Iba por un año y me quedé ocho.

– ¿Era escuela básica?
Básica, éramos nueve profesores, y la directora, el primer año, como pajarito nuevo, me dio la escuela nocturna.  Estaba a cargo de la escuela nocturna y eran puras personas del campo que querían sacar el séptimo y octavo para poder manejar tractor. Estuve dos años ahí, séptimo y octavo.  La gocé porque un día, lo que le voy a decir, perdón el garabato, un campestre ya de edad que no entendía matemáticas, cuando yo estaba explicando en la pizarra, se para y me dice, “¿sabe, tía?  Yo esta weá, yo no la quiero”. ¡Así! y yo, quedé mirándolo y todos los otros alumnos se reían pos.  “Me voy”, me dijo, “no vuelvo”.  “Pero ¿cómo?” -le dije-, “Quédese”.  Y se fue y no volvió nunca más.

También hice reemplazo en otros colegios.  Me llamaban y yo los aprovechaba, pues.  Sí, estuve en la escuela Lucila Godoy de acá, haciendo reemplazo. Estuve en Palmilla también, en tres colegios. Estuve en Placilla dos años.

– ¡Es que por donde ande fue profesora!
Claro, claro. Todo el mundo.

Pobreza en la ciudad v/s el campo 

– Usted llegó acá en 1965, antes de la Reforma Agraria. ¿Había mucha pobreza en el campo cuando usted llegó a ser profesora?
No. Era más pobre la gente cuando estaba acá en Santa Cruz.

– ¿En la ciudad misma?
Sí. E incluso se veía el niño con sus moquitos colgando, así, que yo lo…  Y tenía la costumbre, antiguamente, cuando yo empecé a trabajar, hacer esto, ¡límpiate la nariz! Hacían esto (se limpiaban), con la manga. Lo que ahora no se ve eso.  Y en el campo, no.  En el campo donde yo trabajé eran dueños de parcela. Entonces, yo digo el campestre porque la gente del campo como que se preocupaba, cuando yo trabajé, de que sus niños fueran otra cosa.  Y bien vestidos.

 – ¿Y eran niños, hijos de dueños de fundo o hijos de peones que trabajaban?
Claro, hijos de peones que trabajaban.

 – ¿Y esos papás se preocupaban de que sus hijos fueran distintos los niños que iban a la zona urbana?
Claro, sí. Incluso había niños acá pobrecitos vestidos. Entonces, había diferencias en esos años. O sea, yo estoy hablando del año ‘65, ‘67. Y acá antiguamente no venían los niños de alrededores como ahora, que incluso tienen hasta buses para trasladarse. Por ejemplo, lugares que tienen hasta quinto, sexto y se quedaban ahí nomás. Y ahora no, pues ahora se van hasta la universidad.

– Pero eran niños descalzos…
Claro, sí, sí. Había muchos…  

Murtilla que doña Lilia tiene en su jardín.

Matrimonio mixto ¿cocina mixta?

– ¿Su marido es nacido en Santa Cruz?
De Palmilla. Él es de Palmilla. Sergio Farías se llama.

 – ¿Cómo decidieron qué es lo que se comía en la casa?  ¿Se empezó a comer lo del sur, o también se fueron incorporando como las dos cocinas?
Bueno, cuando me casé no sabía hacer nada, nada, nada.  Y la primera cazuela que hice, eché todo junto.  La carne, las papas, el arroz, ¡todo junto!  Y una señora ya de edad, (una vecina) donde arrendábamos, por una reja, porque no había pandereta, una reja así nomás, ella me enseñó, me decía “eche tal cosa, ahora eche…”, y así aprendí.
Y lo bueno que tiene mi marido es que yo lo que le ponga en la mesa, se lo come.  Porque después, cuando ya está terminando “oye, te quedó un poquito salada la carne”, “oye, no me gustó eso”, y así, pero nunca reclama. Y los amigos le dicen “más te vale no reclamar”.

-Y esa vecina, ¿qué le enseñó a cocinar?
Cazuela, carbonada, todas esas cosas…  Poroto también, sí.  Poroto con rienda y poroto con mazamorra.  Porque tampoco sabía.  Es que yo en mi casa jamás me metí a la cocina.  Siempre estudié interna, entonces yo llegaba a la casa como visita.

– ¿En su familia quién cocinaba? ¿Su mamá o su papá?
Mi mamá.  No, mi papá no sabía ni freír agua.

– ¿Y cómo cocinaba su mamá?
Bien, sí, mi mamá cocinaba rico.  Y hacía las cosas…  De nada hacía una comida.  Y como teníamos nana, le ayudaba.

-Usted en ese primer año no tenía quien le ayudara.
Claro, sola.  Y después ya, ya cuando tuvimos niños, ya empezamos con nana porque no existían jardines.  En ese tiempo, nada. No había furgón, por ejemplo, para llevarlos al colegio, nada.

– Pero acá, como era ciudad, usted tenía una casa.  ¿Usted también tenía una huerta o no?  ¿Usted compraba todo?
No, todo. Todo lo compraba.

– ¿Y los productos que había acá eran todos de la estación?
Sí, claro. Sí, de todos lados. Lo que venden en las ferias.

– ¿Y usted en ese tiempo comía solamente lo que se producía para estación?  ¿No secaba o congelaba?
No, no.   Ahora mi marido dice, “lo único que no me ha congelado a mí”, me dice, porque yo congelo todo.  E incluso el trozo de zapallo que compro, lo pico chiquitito y lo congelo.

– Porque cuando recién llegó y cuando se casó ¿tenía refrigerador?
No, no tenía refrigerador.  Todo tenía que comprarlo.

– O sea, ¿comía fresca y de la temporada?
Claro, de la temporada.

– ¿Pero el sabor es igual ahora, por ejemplo, de los tomates en distintas temporadas?
No, nada que ver.

– ¿Cuánto ha cambiado los productos de la zona?
Los productos hoy… el ajo, los ajos no tienen ni olor.  Los tomates tampoco, porque ahora salen duros en el medio y uno tiene que sacar toda esa parte y se pierde mucho. A ver, ¿qué otra cosa puede ser?  Bueno, nosotros en el patio tenemos acelga, tenemos orégano y tomillo. También chalota de todo el año, así se le dice en el sur, que es el ciboulette. A mí me pasó una talla. Cuando llegué, buscaba morcilla en los negocios.  “No, no tenemos”. “Pero si ahí tiene”.  “Ah, pero ese es paté, pues”.

– ¿Tuvo que aprender?
Claro. Muchos nombres de comida. Otra vez una familia me invitó a comer moras. Y yo dije, “comer moras, bueno, si me invitaron voy a ir”.  Y eran las prietas.

Pantrucas y productos del sur

– ¿Y algunos platos que no conociera?, ¿conocía las pantrucas?
Sí, harta pantruca.  En mi casa y acá.  Por lo menos yo las hago acá.

 – ¿Cómo prepara la pantruca?
Con huevitos.  Bueno, la masa la preparo con un huevo, agua calentita y sal. Harina sin polvo. Y después un sofrito hago de cebolla, zanahoria. Esa cebolla también la compro picada, porque antes lloraba más que no sé qué cuando picaba. Ahora yo la pico y nada.

– ¿También cambia la cebolla?
Sí, mucho.  Me acuerdo que a mi mamá le decían “ponte una hoja aquí en la cabeza para que no llore”.  Y qué, si ahora no… para nada.  Bueno, hago un sofrito, le echo la carne molida y le pongo el agua, agua fría, porque dicen que se va cociendo mejor con agua fría las cosas, igual que los porotos. Y después, cuando ya veo que está cocido, le voy echando así de pedacitos la masita. Y después le pongo un huevo revuelto.

– ¿Y alguna algo verdecito al final?
Ah, claro, después el cilantro, a mí me encanta el cilantro para todos.

– ¿Y preparaciones dulces?
Ay, las cosas dulces (risas).

– ¿Del sur?
Claro, los kuchenes de murtilla.  ¿Conocen la murtilla?  Claro, yo tengo una matita murtilla y la traje del sur.

– ¿Qué más ha traído?
Yo he traído del sur la arveja sinhila. Es una arveja amarilla, media blanca, que es para cazuela. En vez del poroto se le pone a la cazuela.  Es solamente para eso.   Para guiso o para sopa.  Pero no para ensalada.

Pescadora deportiva y cochayuyo

Anécdotas, historias pasadas y presentes para contar, como por ejemplo, que hace más de dos décadas pescadora deportiva junto a su marido miembro de un club de pesca junto a su marido. “entró primero mi marido y empezó a conquistarme hasta que acepté”.

– A usted que le gustan los productos del mar, ¿cocina cochayuyo?
Yo en mi casa hago charquicán de cochayuyo y también estofado.

– ¿Cómo se prepara el estofado de cochayuyo?
Estofado, ¿cómo lo hago? En sofrito va cebolla, zanahoria picada chiquitita, también rallada un poquito para que le dé más color. Ah, y lo otro que uso es merquén. A eso le echo papitas, pero picadas como para carbonada. Lo hago así, por supuesto con aceite, aliño, de todo eso. Y lo dejo un rato que se empiece a hervir y después le echo el cochayuyo ya preparado, porque lo he hecho a cocer primero.

– ¿Y cómo fue el proceso de cochayuyo?
Yo lo tomo a veces cuando tengo más tiempo y tengo más agilidad, lo tuesto.  Lo echo en el horno y empieza a tostar. Y lo echo así y se tuesta, entonces después cuando está tostadito es más fácil cortarlo, que incluso ustedes lo aprietan así y se muele un poco. Pero el estofado lo que conviene es que queden las lonjitas larguitas. Y de ahí lo vacío a la olla.

– Y cuando está tostado ya se cocina, queda blandito.
Blandito, sí.  Y cuando está tostado es más para el charquicán también porque eso lo muelo y lo echo.

– ¿Lo prepara de alguna otra manera?
Ceviche de cochayuyo. Lo hago con cebollita, con todo.  Picado bien chiquitito, cebolla, cilantro.
¡Queda rico!

Leave a Reply