Texto y fotos de Clara Bustos Urbina

A sus 65 años, Alicia González Romero atesora el recuerdo del mundo que conoció al interior de su casa de infancia, donde la fe, el respeto y el cariño eran la base de la relación entre padres, hijos y hermanos. Valora y se alegra mucho también por sus 6 hijos y los logros que ha alcanzado en la vida; no sin esfuerzo y tesón.

Nació en Quinahue y allí creció junto a sus 5 hermanos, hasta cuando fue adolescente y se trasladó a Lolol. Aquí es reconocida por su buena mano en los distintos trabajos vinculados a la cocina que ha ejercido, muy especialmente en los últimos años por su labor en el café del museo, donde vecinos y turistas saboreaban las cazuelas de albóndigas en invierno y los pasteles de choclo en verano, entre otras ricas y tradicionales platos que preparaba.

Hace un año debió entregar ese local, pero desde su casa sigue vinculada al rubro, amasando cada mañana sus ricas tortillas de rescoldo y preparando sándwiches, empanadas y los platos que sus fieles clientes le van encargando. Y, cómo no, en los días de lluvia, con sus ansiadas sopaipillas.

Cariñosamente nos recibe en la mesa de su casa con tortillas de rescoldo y sopaipillas pasadas. De inmediato nos llama la atención la salsa de las sopaipillas, porque es de color más claro que el característico de la chancaca. Nos cuenta que es una alternativa de maicena, azúcar y canela.

Partimos la entrevista, entonces, por esa sabrosa salsa: “Doro azúcar, le coloco un palito de canela y agua hirviendo, luego le pongo la maicena disuelta antes en agua fría y revuelvo todo. Después le agrego las sopaipillas. Ahí pueden hervir, por decirle, 10 minutos”. No maneja muy bien ni tiempos ni medidas, porque la mayoría de sus recetas las elabora sin necesidad de recurrir a tazas ni reloj.

– Cuéntenos de su familia de origen
Venimos de una familia muy humilde, una familia a la antigua. Mi papá trabajaba mucho como tractorero en el campo, en fundos y viñas. Teníamos una casa propia, con 3 dormitorios y en una orilla del comedor había una chimenea de ladrillo muy bonita. Éramos 6 hermanos, una familia muy linda. Mis padres fueron muy sacrificados.

Mi mamá era dueña de casa, cocinaba muy rico, muy buena madre. También después tuvo que trabajar en casas y murió muy joven, justo cuando yo iba a tener a mi primera hija y más la necesitaba….

– ¿Qué recuerdos conserva de su infancia?
Nosotros nos levantábamos a las 7:00 de la mañana. Al lado de mi casa, pasando por un potrero, vivían unas monjitas, y nosotros, antes de tomar desayuno, todas las mañanas teníamos que ir a rezar a la iglesia, como familia, y después tomábamos desayuno y nos íbamos a clases, en el colegio con esas monjitas.

Cuando volvíamos a casa, mi mamá tenía el almuerzo listo. Mi papá llegaba a la casa todos los días a las 12 en punto, y el plato estaba poco menos que servido, siempre era el primero. En la tarde, los que estábamos en la casa ayudábamos a mi mamá con el aseo y, por ejemplo, si iba a hacer cazuela, le pelábamos las papas, le teníamos las verduras listas, y ella armaba todo, ella cocinaba.

– ¿Tenían huerta?
Sí, mi papá plantaba tomate, berenjenas, ají, cebolla, esas cositas… Y tenían algunas aves. También un perro amarillo, muy lindo, que se llamaba Guardián. Tengo muy lindos recuerdos de mi familia.

– ¿Qué desayunaban y tomaban de once?
Eran cuatro comidas diarias. Mi papá llegaba a las 4 a tomar once y a las 7 era la cena.

Para el desayuno, a mi papá, por ejemplo, le gustaba mucho que le hicieran cebolla frita. Otras veces, el sanco que llaman, el que generalmente se hacía con el caldo que quedaba cuando hacían el arrollado, y se le picaba cebolla y le echaban harina tostada.

Y en la noche, después de terminada la cena, ellos estaban en el patio afuera, donde había un parrón grande, y nos daban permiso para ir a jugar un ratito en la calle. Después a bañarse y a rezar el rosario.

– Era una familia bien religiosa
Sí. Todos los días rezar el rosario con mis papás. Y los castigos cuando nos reíamos entremedio, eran con rezo hincados –recuerda entre risas.

– ¿Celebraban los santos?
Los santos, las novenas y cuando mataban chancho, por ejemplo, era para todos los vecinos, no se vendían, lo compartían. Eso era para San Juan y esas fechas.

– Una vida muy comunitaria también
Sí, me acuerdo que también mi papá sembraba maíz o papas en un terreno que arrendaba, no me acuerdo muy bien, y para la cosecha iba un grupo de gente a ayudarlo, con caballo, con el arado, y bajo un sauce grande, un sauce llorón, se cocinaban unos tremendos fondos de cazuela, porotos con mote o con lo que fuera, o de repente un asado. Se llevaban los platos y la gente se sentaba alrededor a la hora de almuerzo y se comía ahí mismo.

¡Olvídese cuando cosechaban maíz! Una vez que estaba seco, lo cortaban, lo llevan a la casa, en el patio grande o a veces donde mismo lo cosechaban, y se arrumbaba un montón grande. En la noche se hacía una fogata y nos sentábamos a pelar maíz, generalmente con luna, un montón de gente ¡era maravilloso!

Tengo recuerdos muy lindos, era una familia muy humilde, de mucho respeto, mi mamá cuando nos pedía algo nos decía ‘mi hijita, por favor, me haces esto…’ Así. Me emociona, pero es una emoción bonita igual, por una familia hermosa. Quedamos cinco hermanas. Mi hermano mayor murió. Y nos tratamos igual, con cariño, muy de piel.

Celebraciones de infancia

– ¿Cuáles eran las celebraciones en su casa cuando usted era niña?
A nosotros nos celebran los 15 años. Muy bonito, con la familia, generalmente se hacía una torta de bizcochuelo con manjar, mermelada y merengue por encima, o bien de milhojas, y una velita.

Para el 18 de septiembre íbamos a un lugar que se llama Lima, donde todos los años la gente iba a hacer ramadas y asados. Mi mamá nos llevaba a nosotros para allá, íbamos en micro, con huevo duro, pan amasado, por el día, a la tradición y para Navidad, mi mamá siempre nos dejaba los zapatos en las ventanas y siempre nos llegaba un regalito. Y preparaba una cena simple, de repente una carnecita cosa así, pero muy sencillo, muy simple todo.

En Semana Santa se dejaba preparada la comida del día anterior, el día jueves, legumbres o algo que no llevara carne.

En los santos, mi papá, que se llamaba Juan, se celebraba y se hacían empanadas. Él tenía unos amigos que venían y un compadre tenía dos hijos que tocaban la guitarra. Ese día mi papá tomaba pero no era alcohólico, al otro día iba a trabajar y todo. Muy responsable.

Llegada a Lolol

– ¿Cuándo llegó a Lolol?
A los 12 años o 13 años, 14 quizá. Mi hermana mayor empezó a trabajar en la casa y en el negocio de una señora que se llamaba Margarita y como a ella le gustó mi hermana, le preguntó a mi mamá si tenía otra hija para que la acompañe y ayude en casa. Yo quise y me vine. Eso sí tengo un recuerdo muy triste de ese día porque yo no conocía para acá. Era un camino de tierra, la micro no llegaba nunca.  Estaba lloviendo y yo sin conocer ni siquiera a la señora Margarita. Vino mi mamá a dejarme, y yo lloraba, lloraba, lloraba. Yo había querido, pero en el momento después que se fue mi mamá, me dio la pena… Bueno, pasó el tiempo y la señora Margarita fue como mi segunda madre, muy linda conmigo, me cuidaba mucho. Ella vivía sola aquí en Lolol, tenía una pastelería, una fuente de soda, tenía de todo. Y así yo fui creciendo. Terminé octavo año aquí y después me fui a estudiar a Santa Cruz y estudié en la Escuela Consolidada, que ahora se llama Politécnico, y terminé cuarto medio. Estudié Párvulo y alcancé a hacer un poco de práctica.

Por esas cosas de la vida, a los 18 años empecé a pololear. Conocí a un niño que era de muy buena familia, me pidió pololeo y me costó mucho pero después sí. Yo lo quería mucho. Pero después por unos celos terminé con él. Me rogaba, y yo no. Y yo no sé si fue un capricho o después al final me empezó a gustar, pero al poco tiempo comencé a pololear que quien fue mi marido después, y hasta ahí quedaron los estudios. Pololeamos poco tiempo y nos casamos. Y me quedé viviendo para siempre en Lolol.

Me casé mal porque mi marido tomaba, era irresponsable, me decían ‘no te cases’, no teníamos ni dónde caernos muertos… Tengo que haber estado enamorada. No era mala persona, pero hubieron problemas, usted imagina lo que significa una persona alcohólica… El 2010 él murió y quedé viuda, pero mucho antes, desde cuando nació mi hija mayor, empecé a trabajar.

– ¿En qué trabajó?
Yo empecé a trabajar en casas primero. Después como manipuladora de alimentos en el colegio. Luego los fines de semana en casas patronales. Yo tenía que trabajar de lunes a lunes, porque eran 6 hijos. Para el terremoto del 85 me ayudaron, porque sabían mi situación y yo llegué a esta casa.

Yo viví mal, fue difícil. A mis niños les tenía solo una blusa, una camisa, todos los días les lavaba la ropa. Y al otro día parecían niñitos de rico. Cocinaba con bracero y calentaba el agua al sol. Nadie podría creer que yo vivía tan económicamente mal.

Así después, con el tiempo, empecé a vender churrasquitas en un carrito. Y las ofrecía por las casas, en el colegio, el hospital, la municipalidad, y mi hija, que ya estaba grande, quiso arrendar conmigo un local como kiosko y nos pusimos a hacer churrasquita y vendíamos café.  Luego vino lo del café del museo.

– Mucho trabajo y esfuerzo.
Yo le agradezco a Dios haber vivido lo que viví, porque mis hijos valoran lo que tienen y ellos tienen su familia, cada uno tiene su familia. Mis hijas son buenas dueñas de casa y mis hijos, ninguno de los dos, toma como su papá. Estoy feliz. Si me tuviera que volver a casar con el mismo hombre que me casé, por tener los hijos que tengo, me vuelvo a casar igual.

– ¿Y ahora cómo lo hace?
Ahora vivo sola, tengo mi jubilación y sigo vendiendo tortillas y comida a los clientes que me siguen. Me levanto a 4:30, 5 de la mañana, echo el carbón al bracero allá afuerita en el patio, me baño altiro –porque eso sí así despierto y empiezo bien el día-, preparo la masa y cuando está lista, las pongo al fuego que ya está listo.

– ¿Dónde las vende?
Hay gente que las viene a comprar aquí, por qué me han seguido, me llaman, me encargan, y todos los días entrego en un negocio.

– ¿Cómo las preparo?
Ahora las hago con aceite –antes con manteca, como aprendí-. Para 1 kg de harina sin polvos, le echo una cucharada sopera rasa de sal. Hecho la harina al tiesto, le colocó la cuchara de sal y después una tacita de aceite (poquito menos de ¼). Y le dejo caer el agua hirviendo, más menos dos tazas de agua hirviendo. Al final, una cucharada llena de polvo imperial. Y ahí empezó a revolver, a revolver, y a medida que la faltando algo, agua o harina, lo voy colocando hasta que la masa queda como debe quedar.

Después hago las bolitas y las estiro con uslero, con un tenedor las pincho y las voy dejando en las brasas esparcidas, 5 minutos por lado. Las voy viendo cómo están. Y listo.

– ¿Que otro plato le gusta preparar?
Yo sé hacer pastel de choclo, humitas, cazuela, albóndigas.

– ¿Cómo aprendió?
Mirando como lo hacía mi mamá, y cuando me crié en la fuente de soda con la señora Margarita.

– ¿Y de lo que preparaba su mamá algún plato que recuerde especialmente?
La pantruca, por ejemplo. Ella hacía la masa.  Se le echa solamente sal a la harina, una pizca de aceite, el agüita y se hace la masa, luego la estira bien estiradita y con un cuchillo corta las tiritas y que queden bien delgaditas. Entonces usted tiene el caldito armado, como el de una cazuela -de hueso, de repente con carne molida, aunque generalmente ellos lo hacían con carne-, usted le echa la papa, arvejitas, poroto verde si quiere,  y después cuando está casi cocida la papa, le empieza a echar la patruca, cortándola con la mano. Yo le coloco unos 10 minutos. Y al final usted le echa la clara de huevo a la olla y en un cucharón o en una tacita se revuelve bien la yema. Yo le echo unas gotitas de agua a la yema, y se la echa de un viaje a la olla, porque si no le queda como cortado y así, de una, le queda parejito el caldo.

– ¿Y logra el mismo gusto que le daba su mama?
Yo pienso que sí, porque ahora siento que tengo buena mano. Entonces a mí me costó mucho. Yo siento que sí me quedan ricas comidas y gracias a Dios la gente que ha comido de mi comida la ha encontrado rica, pero fue un proceso, me costó.

También había comidas a que a mí no me gustaban. Por ejemplo, la lenteja. Pero la señora Margarita me obligaba y no me podía parar de la mesa si no me comía la lenteja. Me servía un vaso de bebida y así hasta que las aprendí a comer y ahora las preparo bien ricas.

– ¿Cómo prepara las lentejas?
De distintas formas, pero hay un estofado de lentejas que queda muy rico. Se hace igual que el de carne. Se fríe la cebolla pluma, y la zanahoria y el pimentón en tiritas. Se le echa un poquito de carne molida. Se ponen a cocer sobre eso las lentejas, ojalá remojadas, blanditas, y le agrega las papitas cortadas igual que para estofados. No mucha agua para que le queden ni muy espesa ni muy claro, un caldito espeso, y quedan ricas ricas.

También se hacen con pan francés remojado en agua o pan rallado. Se prepara con cebollita frita, con zanahoria y pimentón, un sofrito con la lenteja, y  cuando estén bien cocidas, le echa el pan remojado bien desmenuzado o rallado, y queda cremoso.

– Si compara las comidas de antes y ahora, ¿qué diferencias ve?
Antes era más natural, más saludable, la legumbre, la verdura, todo.

Secretos antiguos

– ¿Y usted cree que eso influye en una buena salud?
Yo pienso que sí. Aunque sabe… Yo no sé si usted cree, supo o escuchó que antes había gente que comía carne de perro para el dolor de estómago y para que no se enfermara. Era una creencia y todavía hay gente que habla sobre de eso. Pero mi mamá a nosotros nos dio, hizo hervir huesos de perro. Le echó azúcar quemada, paico, menta parece. Después supimos lo que era, ella nos lo dio como una agüita de yerba. Yo creo que a lo mejor por eso soy tan sana.

– ¿Usaban yerbas para enfermedades?
El paico para la guatita, el toronjil para el refriado, el durazno para la guatita.

– ¿Conoce algún otro secreto natural?
No sé si usted ha escuchado que la rana es buena para el asma. Se pueden hacer varios remedios con la rana, que también se come, pero yo a mi hijo le di uno. Conseguí una rana, la cocí y le di caldito, y con eso no ha tenido más asma. Una enfermera me lo contó.

También dicen que si se la tira la rana y el enfermo se asusta, se le quita el asma. Y otros dicen que hay que colgarse una pata derecha de rana a la izquierda para el hombre y al revés para la mujer.

– Y en cuanto a las comidas ¿cuáles de las antiguas se siguen preparando?
La pantruca, las albóndigas, la cazuela, la humita, el pastel de choclo, porotos con mazamorra, con pilco. Este tipo de comida. Yo no sé si mucha gente la hará, pero yo era lo que hacía cuando estaba en el negocio. Eran las comidas típicas y saludables y que gustaban mucho.

– ¿Cómo prepara las albóndigas?
Usted hace el caldito igual que una cazuela, puede ser como un caldo de pollo o carne de vacuno. Pero no lleva presa. Esa es la albóndiga.

Para preparar la albóndiga se le echa zanahoria, cebolla rallada y ajo, para que quede más suave que picada. Y ahí le echaba la carne molida. Todo crudo. Lo une y le echa un poquitito, pero la nada misma de harina, más que nada para que sea una forma y huevo. Lo mezcla y después hace una pelotita y se la echa al caldito, cuando ya está la papa, empezando a hervir para que sea junto con la albóndiga. Y me quedaban esponjosa.

Y en una taza un poquito de harina y queda una pelotita bien redondita. Si usted al caldo le pone un poquito de poroto verde, mejor, y pimentón y orégano. El cilantro picado al servir para el que le guste.

– ¿Y qué comida que había antes ya no se preparan o no ha vuelto a preparar o ver?
Mi madre hacía berenjenas a fritas, igual que el pescado frito. Y lo que hacía también eran las papas rellenas. Se hace un puré papas y usted ahí le coloca un poquito de harina para que pegue, se una y que le quede como si fuera una masa, pero no mucha harina tampoco es como las albóndigas.

Entonces hacía esto y me acuerdo que lo hacía como una forma de pera, y la rellenaba con pino, las cerraban y la freían. Muy ricas. También nos daban leche al pie de la vaca y huevo crudo, le hacían un hoyito y por ahí te tomaba.

– ¿Les gustaba?
Había que hacerlo. La palabra de mi padre, de mi madre, era ley. Ahora todo ha cambiado, hay muchas faltas de respeto. Claro que mis padres daban un muy buen trato. Eran otras costumbres, como siempre darle las gracias a Dios en la mesa. Yo todavía, en la mañana, abro los ojos y le doy gracias a Dios.

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