Texto y fotos de Karina Jara Alastuey

De trato dulce, amable y risueña, María Cecilia Galaz Galaz recuerda con cariño lo que fue su infancia y adolescencia en Pumanque.

Su padre, Arturo, era la persona encargada de hacer el pan para los trabajadores del fundo Nilahue Baraona, mientras que Hortensia, su madre, de las labores hogareñas. En tanto, sus abuelos María y José, de quien confiesa haber sido muy regalona, eran los responsables – entre otras funciones – de cuidar la casa patronal.

Quedó viuda a los 36 años, nunca se volvió a casar y sacó adelante a sus siete hijos. Hoy, a sus 84 años no solo rememora lo que ha sido su vida, sino cómo y por qué aprendió a cocinar:  era la mayor de 14 hermanos y debía ayudar a su madre en las tareas domésticas.  “Yo a los diez años era una dueña de casa.”

– ¿Por los seguidos embarazos de su madre?
Pasaba embarazada o en el consultorio con los niños, o enferma en el hospital. Así fue la vida de mi mamá. ¡Muy sacrificada!

– ¿Y los abuelos vivían cerca?
Cerquita, cerquita a mi abuelita. Ella me enseñó a cocinar muchas cosas.

– ¿Cómo se llamaba su abuelita?
Se llamaba María Tolorza Salazar, y el abuelito José Galaz Barraza.
Cuando la mamá se enfermaba, teníamos que irnos a la casa de ellos porque solos no nos íbamos a quedar.

– ¿Su papá en qué trabajaba?
Mi papá fue el panadero para los trabajadores de la casa patronal. Recuerdo que cuando eran las cosechas de trigo, el papá amasaba 300 “galletas” al día, que correspondía a la cifra de personas que llegaban a trabajar a Nilahue Baraona.

– ¿Y con cuántas personas hacía esa cantidad de pan?
Una persona le ayudaba para echarle leña al horno, porque era un horno inmenso ¡inmenso! Lo hicieron para hacer ese pan. Y mi mamá a veces también – cuando podía y no estaba tan ocupada -le iba a ayudar. Yo me quedaba con los hermanos…

– Doña Cecilia ¿alcanzó a ir al colegio?
Sí, sí. Hubo colegio allá, particular.

– ¿En el fundo?
Del mismo fundo. La patrona, la señora Alicia, fue muy linda. Ella les puso un colegio particular, pero yo no pude seguir. Yo llegaría hasta tercero.
La mamá no tenía quién le cuidara a los niños. Y antes no se salía a estudiar afuera. Eran contados con el dedo en la mano los que sí fueron porque no todos los papás tenían los recursos. Si se iban lejos tenían que llevar platita para comprar, la pensión y todo eso. Pero algunos estudiaron, sacaron su profesión. Mi doctor también salió de allá de Nilahue Baraona, pero era del administrador de allá; él tenía como darle a su hijo.

– Entonces a esta niñita de 10 años le tocó aprender a cocinar…
… A cocinar, a lavar.

– ¿Qué se cocinaba casa? ¿tenían gallinas en su casa?
Mi mamá criaba muchas gallinas y pavos, así que había huevos, que los vendía por cajones.

– ¿Contaban con una chacra?
También. Tenían un pedazo para chacra en la ración que les daban al año a los trabajadores. Mi mamá fue muy buena dueña de casa, pero igual se veía escasa porque éramos tantos.

– Imagino que era una mesa grande…
… ¡Era una mesa inmensa!  Para el día domingo había que matar dos pollos, porque de lo contrario no alcanzaba el almuerzo para todos. O tres: hacía uno fiambre para la once y los otros dos para la cazuela del almuerzo.

– ¿Tenían la cocina afuera? ¿Era a leña?
Estaba adentro. Era cocina, como cocina económica, pero era un “pollo” que lo llamaban. Era un cimiento que hacían, ladrillos, cemento, fierros arriba, así, una latita y se le metía fuego, igual que una cocina a leña. Y se ponían las ollas ahí encima.

– ¿Y el agua?
El agua había que buscarla como a una cuadra y media.

– ¿A una noria?
Había llave, llave.

– ¿Con llave?
Sí, una llave. Había un pilón grande para depositar el agua. Si una quería sacarla directamente de la llave, porque podía estar sucio ahí, daba la llave. Llenaba sus baldes y se iba con el agua.

– Entonces aparte de cocinar tenía que ir a buscar agua…
Sí, ir a buscar agua, traerla a la casa, lavar la loza, poner las ollas, colocar las ollas arriba, pelar papas, picar cebollitas, según lo que hacía.

Amor eterno a los porotos

Doña Cecilia recuerda que de lunes a domingo nunca podían faltar los porotos fuera invierno o verano. ¿La razón? Su tatita los disfrutaba.  
“Todos los días en la casa de mi mamá y más en la casa de mi abuelito, nunca faltaron los porotos con mote.”

– ¿Era la comida principal?
Era el segundo plato: porotos con motes o porotos con mote de maíz.
Mi abuelita tenía una señora que le ayudaba y todos los días en la casa de mi tatita había mote fresco y harina tostada. Mi abuelito no comía los porotos si no eran con mote de trigo o mote de maíz. Y en el verano con choclo.

– ¿Y usted aprendió a cocinar porotos?
Todo, todo aprendí a hacer. La mamá me dejaba en la noche los porotos en una olla remojando y me decía “Cecilia te voy a dejar en una olla remojando una taza y media de porotos o dos tazas” esto según la cantidad que teníamos para almorzar.
Y yo me levantaba al otro día, vestía a los chicos, le ayudaba a la mamá si tenía que ir al doctor. Ahí yo bajaba – porque vivíamos en casa de dos pisos – iba a la cocina, lavaba los porotos bien lavados, los echaba a cocer en agua tibia y sin sal.
Después la cantidad de porotos era la de mote que le ponía uno. Si era como medio kilo de poroto se le podía colocar dos tazas y media a tres de mote para que no quedaran muy claras las proporciones. Y el (mote) de maíz igual.  El de maíz se ponía un poco más porque no cunde, no luce tanto. De ahí, haciendo una color con manteca…

– ¿En otra olla?
Claro. A una ollita se le agregaban unas cucharadas de manteca y ají de color; se ponía a la orillita de la cocina y se iba derritiendo la manteca. También se le añadía cebollita frita.

– ¿Esta cebollita se freía aparte?
Claro. La cebollita y con ají de color. Lo otro que a mi abuelito le gustaba mucho – y que mi mamá también hacía – eran los repollos.
Lavaban muy bien las hojas, las picaban chiquititas y ya casi al final se las ponían a los porotos y quedaban exquisitos. Bueno… creo yo que me quedaban buenos (ríe).

– ¿Por cuánto rato cocinaban los porotos?
Más o menos una media hora. Cuando estaban cocidos – ya a punto – se le ponía el mote, pero no al tiro. Y el mote maíz era al tiro, porque el de maíz es más duro, pero siempre se cocinaba.

¿Qué otras comidas preparaban durante la semana?
Hacíamos papas con chuchoca molida, espesita y con un pedacito de zapallo. Se servía en plato hondo y media espesita. Y también papitas con tallarines.

– ¿Papas con tallarines?
Con tallarines, sí. Se hacían con un caldito, pero no muy espeso ni muy claro. Papas con mote pantruca y arrebozados.

– ¿A la mayoría les gustaba entonces comer papas, legumbres y mote?
Sí, y maíz.

– ¿Carne muy poco?
Poco. De ave nomás, la que se criaba en casa.

– ¿Se hacía cazuela de ave toda la semana?
No, pero sí todos los domingos.

– ¿Cómo era el domingo?
Era sagrado el domingo una buena ensalada de cebolla con salmón, con atún, con lo que hubiera.
El salmón era lo más que se veía y unas sardinas grandes, que venían en unas cajas grandes. Me acuerdo que mi mamá venía a Pumanque a comprar esas cosas y llevaba de esas. ¡Al papá le gustaban tanto! Le tenían que llevar para hacer con cebolla.

– ¿Y eso para acompañar la cazuelita?
Para acompañar la cazuela, la presa o comerlo primero con la papa o zapallo y que a todos les gustaba.

Los arrebozados, su primer plato

Doña Cecilia disfruta los arrebozados, tanto que su abuela le enseñó y fue el primer plato que cocinó sola. “Me encantan, pero no lo hago mucho porque a todos no les gusta”.

– ¿Cómo prepara los arrebozados?
Se pica cebollita en cuadritos, la zanahoria se ralla y se agrega pimentón. Y en la misma olla donde se agregaron esas verduras se hace un sofrito.  Cuando ya lo tiene frito, saca la mitad de eso.

– ¿Le agrega ajo?
Ajo y también pimienta, comino, orégano y ají de color.

– O sea, un sofrito con todo…
Con todo. Bueno, entonces saco unas dos cucharadas de la preparación que hice en la olla y lo pongo en un sartén. Y a la olla le añado como dos litros de agua, esto según la cantidad que uno hace.
Luego – y aparte – bato en un bol unas tres claras bien batidas como si fuera hacer un merengue. A lo que está bien batido le pone las yemas y revuelve, pero no muy fuerte, porque se corta. Debe ser envolvente. Y ahí le ponía ese fritito que había dejado aparte y media taza de agua. Lo unía todo y le agregaba harina con polvo de hornear porque así queda más esponjo. Debe queda una consistencia como la del panqueque o del queque.
Entonces usted le echa esa mezcla a la olla, los ingredientes que tenía y un ganchito de apio.

– Pero ¿cuáles son los ingredientes? ¿Ese sofrito con la agüita que está cocinando?
Sí. Y cuando se le ponen las papas se añaden pedacitos de zanahoria y de pimentón. Pero eso es casi cuando la están armando.

– ¿Y la papa cómo?
Una papa normal cortada a lo largo, como si fuera para una carbonada.
Cuando el agua de la olla está hirviendo, le pone sal y prueba cómo quedó. Si está bien, con una cuchara grande va sacando la mezcla que tenía en el bol y se lo echa a la olla. Se cocinan y van quedando pelotitas que no se desarman. Luego le añado media taza de arroz y bajo la llama. Como son chicos (los arrebozados) no cuesta mucho que se cuezan.

Entre el cochayuyo y los pajaritos

– Ustedes que viven más cerca de la costa ¿consumían cochayuyo?
¡Ay, mi linda! ¡qué rico! Yo hago un charquicán de cochayuyo.

– ¿Cómo lo hace?
Dejo el cochayuyo remojando el día antes, que esté bien remojado y cambiándole el agua. Después lo paso a una olla grande para cocerlo ya que se infla y tengo que ponerle algo pesado para que no se salga la tapa. A lo que empieza a hervir me preocupo de taparlo bien. Después lo saco, lo lavo bien y vuelvo a echarlo a cocer hasta que esté blandito. Nuevamente lo lavo, lo pico bien finito en la tabla y hago un sofrito, que lleva zanahoria, pimentón, y mucha cebolla.
De ahí pelo las papas, zapallo más un gancho de apio y pongo a cocer todo eso aparte, después uno todo y lo muelo a veces con una maquinita.

– Pero de consistencia ¿le gusta tipo pure o con trozos de papa y zapallo?
Con trocitos.

– ¿Le agrega porotos verdes o arvejas?
Sí, pues. Le pongo estas cosas.

– ¿Y qué otro uso usted le da al cochayuyo?
Para ensalada de porotos. Los echo a remojar en la noche y al otro día los lavo bien y los echo a cocer. Hago lo mismo con el cochayuyo:  picadito y su sofrito.   A todo le pongo cochayuyo: a las cazuelas y la carbonada bien aliñada.
A veces, durante el verano, mis hijos me llevan a almorzar a Bucalemu; vamos a dar una vuelta y allá compramos el cochayuyo y sal.

– ¿Y cuando era niña?
Pasaban unos caballeros en mulas (costinos) cargadas con cochayuyo y sal.

– ¿Sal de Cáhuil?
 Claro, sal de allá.
El tatita lo cambiaba por cosecha. Dejaba un saco de sal y unas maletas de cochayuyo. Así que nosotros siempre tuvimos para comer esos productos, porque en la casa de mi abuelito no faltó nada, gracias al Señor.

– ¿Y de la costa solo consumían el cochayuyo y la sal?
Sí.

– ¿Y mariscos o pescados?
No, fue después con los años que lo fuimos incorporando. Lo que sí se comía mucho en el campo eran pajaritos que se cazaban.

– ¿Y cómo las cazaban?
Se cazaban con unos canastillos, que los ponían en el potrero y ahí entraban a comer. Llegaban pajaritos como las perdices. Entraban a comer al canastillo, pisaban el palito y se cerraba la tablita que tenía.

– ¿Y eso en algún tiempo en particular o para un día en especial o andaban siempre atentos?
Siempre se hacía, pero más en el invierno.

Arroz con leche y… mote con leche

En cuanto a platos dulces o postres, doña Cecilia menciona el tradicional arroz con leche o la mazamorra, que era leche mezclado con maicena y que a veces era sustituida por harina.
Relata que su madre entró también a trabajar el fundo Nilahue Baraona, primero ordeñando vacas y luego quedando como encargada de la lechería. Por esa razón “le daban cinco litros de leche para que llevara a casa”.

– Es que con tantos niños que había en su casa…
Claro. Y se hacía leche con mote.

– ¿Leche con mote?
Es como el arroz con leche. Pero éste era con mote de trigo, que se muele en la piedra y pela con lejía. Eso hacíamos, eso aprendí hacer cuando era jovencita.
Ese mote que venden con huesillo es bueno, pero el mote del campo no tiene comparación.

– ¿Era más rico?
El más rico que puede haber.

– Doña Cecilia ¿qué tomaban de desayuno?
El desayuno era siempre un café con leche o té con leche.

– ¿Era café tradicional o de trigo?
Era café de trigo.

– ¿Ese café quién lo preparaba?
En la casa de la abuelita lo preparaban, porque tenía quien le hiciera esas cosas, y ella le convidaba a mi mamá.

– Entonces el desayuno era café de trigo con leche…
Sí, y cuando no había leche – porque no alcanzaba al ser tantos – con agüita nomás.
Un café con agüita y galletas, de los que el papá traía del trabajo. Se pasó muy bien en esos años.

De comidas y celebraciones

– Tomando en cuenta que su familia era numerosa ¿celebraban alguna fiesta como cumpleaños, Fiestas Patrias, Navidad, Año Nuevo, los santos o el Mes de María?
Sí, ese siempre. Pero el 18 y la Pascua eran las fechas más importantes.

– ¿Y qué preparaban? ¿Había algo en especial?
No, cada uno en su casa hacía su torta, la que tenía cómo hacerla.

– ¿Hacían torta?
Sí, torta de bizcochuelo con manjar. Como teníamos harta leche preparábamos el manjar.

– Pero aparte de la torta ¿qué más consumían para esa fecha?
Se hacía asado de cordero

– ¿Consumía mucho cordero?
¿Yo? no mucho, nunca fui buena y mi familia tampoco, porque no se criaba. El caballero, el dueño del fundo, nos daba para la Pascua. Era un cordero o medio cordero para cada familia.

– Pero la tradición era eso para el 18.
Cazuela de ave y un asadito de cordero al horno o en parrilla.

– ¿Y empanadas?
¡Ay! empanadas también. Eran de pino al horno y fritas.

– ¿Quién las preparaba?
Mis tías y la mamá también les iba a ayudar. Le decían “Hortensia, vente para acá con tu gente para que nos ayudes”. Nos reuníamos con la abuelita y el tatita.  Yo tuve unos abuelitos muy lindos.

– ¿Y en cuanto a la Navidad?
Era lo mismo. Pero la dueña, la señora Alicia, les hacía a los niños un paquetito de caramelos y se los les regalaba o les compraba, por ejemplo, una polera o una camisa.

– ¿Ustedes celebraban sus cumpleaños?
Después, pero no cuando chica. No recuerdo que mi mamá o alguien me dijera “hoy día estás de cumpleaños, Cecilia”. No. Después cuando una era más grande, señorita, ahí sí empezaron los cumpleaños.

– ¿Después de los 15?
Después de los 15, sí.  Yo antes de los 15 fui una dueña de casa ahí a todo dar.

Picoteo con charqui

– ¿Consumían charqui?
También. Mi abuelito hacía el charqui del fundo de los dueños. Era el encargado.

¿Era charqui para consumo personal o lo vendían? Y si era para consumo personal ¿lo comían solo o con algún otro plato?
No, se hacían cardillos y también de aperitivo.
Ellos, como en estas casas patronales siempre se servía algo antes de almuerzo, lo asaban. Lo ponían al horno para que estuviera calentito. Cuando ya el charqui estaba bueno, lo molían en una máquina y lo guardaban en unas cajas de galletas, que eran de lata y de las cuales todavía conservo dos:  una cuadrada y una larga.

– ¿Y eso lo ponían como para picar?
Sí, se llevaba para picar.
“Eso yo lo vi porque mi abuelita era la dueña de casa en las casas patronales. Siempre vi y conocí el charqui. El tatita nos daba el domingo. Ese día y durante el verano, mi abuelita hacía el almuerzo para mucha gente en las casas patronales. La abuelita decía “Hortensia, vente a almorzar con tus niños mañana”. Y en las casas patronales la abuelita María hacía muchas empanadas y cuando se iba para la casa llevaba las empanadas que quedaban. La señora (Alicia) decía, “Mariquita – porque así la nombraba- lleve empanadas para su casa, porque quedaron varias”.

¿El pasado siempre fue mejor?

– Al recordar su alimentación de niña y la que se consume actualmente ¿qué opina de la cocina actual?
No. Yo prefiero de todas maneras lo antiguo.

– ¿No le gusta la alimentación de hoy?
No, no, no, no, señorita.

– ¿Y por qué?
Porque lleva a enfermarse; porque mucha fritura es mala. Y ahora tanto condimento que les ponen ¡tanta cosa! No. Yo me quedo con lo antiguo. Sana, yo fui muy sana en eso porque fui muy buena para la leche. De chica tomando leche hasta el día de hoy. Y también para los porotos y el mote de trigo.

– ¿Lentejas no había?
Sí, también se sembraban, pero se conseguían pocas.

– ¿Y los garbanzos?
También, garbanzos se cosechaban allá.

– ¿En verano qué comían?
Más frescura por las verduras. Se hacían humitas, pastel o huma en olla. Eso lo aprendí de jovencita al ayudarle a la mamá, y cuando no, me tocaba a mí hacer papitas con choclos, con zapallito picado: el zapallo, las papas, las cebollas, todas esas cosas se cosechaban allá, siempre había.

– ¿Porotos granado también?
También. Pero yo ya de más grande empecé a aprender a hacer los porotos… bueno no tienen ninguna ciencia los porotos, entonces eran los porotos granados, estos choclos…

– Con mazamorra…
También.

– ¿Y sandía, mote con huesillo o frutas de la estación?
Sí. Había muchas frutas allá. Los dueños del fundo tenían dos quintas: una era pura fruta y la otra, verdura y fruta.

– ¿Ustedes podían acceder a esas frutas?
Sí. Siempre tuve la suerte de comerlas, porque mis abuelitos eran los dueños de casa allá. Entonces el abuelito iba a recogerla…

– Lo autorizaban para que él fuera a buscarla…
Claro, para que él fuera a buscar la fruta para el almuerzo. Todas las mañanas, después como a las diez, tenía que llegar con uno, dos o tres canastos de fruta y de verdura a la casa para que cocinara mi abuelita cuando estuvo y después las que siguieron. Y también llevaba las verduras de ahí porque también las sembraba mi abuelito.

– ¿Compraban en negocios?
Se compraba muy poco.

– ¿Qué compraban?
Harina, azúcar, tallarines, aceite, manteca para el pan, arroz y fideos.

– ¿Mantequilla?
No, manteca, manteca de grasa de vacuno.

– ¿Y chanchos consumían?
Sí, matábamos. La mamá mataba unos chanchos en invierno.

– ¿Pero para los santos?
No, en cualquier fecha. Pero siempre para San Juan o San Arturo, que era mi papá y uno de los hijos, Arturo, para coincidir y dejar un poco de carne. A la mamá no le cundía mucho con tanto hijo. Pero se guardaba en una lata que se llenaba con 20 litros con pura manteca.

– ¿La tenía para la color y para comer?
Claro. Pero ahí también se metía una pierna de chancho cuando estaba aún caliente la manteca. Ahí se conservaba. La podía tener usted un año ahí mientras no la moviera de la grasa.

– ¿Sin cocerla?
Sin cocerla. Se mantenía ahí porque la grasa estaba caliente. Solo se mantenía tapada, guardada y no se tocaba.

– Y cuando la querían comer ¿cómo la sacaban?
Tenían que derretir la grasa y de ahí se cocinaba la carne.

– Esta técnica de conservación ¿era porque no había refrigerador?
No, no había refrigerador, pero se sancochaba la carne para que no se pusiera mal.  Se le da un hervor… sancochar ¡qué palabra antigua le queda a una! (risas).

– Pero no se conoce mucho…
Así es. Sancochar y después la ponían en unas trincheras que hacían y que colgaban en la cocina o en el corredor de adentro, con mallita finita para que no entrara nada. Y cuando no, se tapaba con unos paños de platos grandes y se mantenía ahí, al aire. Pero esa carne de hueso ya tenía un hervor.

– ¿Y después estaba como media sequita?
Claro ¡Qué rica la cazuela con esa carne! Daba un sabor más rico. ¡Ah! también el tatita le gustaba comer la cazuela de chancho con mote en vez del arroz. ¡El viejito fue más bueno para el mote!

De quinwua a quinoa

Doña Cecilia recuerda que su abuelo plantaba quinua, pero que ella la conoció como quinwua “y ahora es quinoa”.

– ¿Y cómo la preparaban?
Con porotos. Y aunque ahora viene casi lista, igual la lavo muy bien para que no le quede ningún gusto distinto.

– Pero antes había que lavarla más.
¡Mucho! Me acuerdo de la viejita que le ayudaba a mi abuelita ¡y estoy viendo sus manos coloraditas de tanto estar lavándola!

– ¿La ocupaban para espesar los porotos?
Bien espesita, con porotos. Se aliñaba bien y había que tener grasa de chancho para eso; es como ponerle manteca a un guiso, como el puré que debe tener mantequilla.
Esa quinoa debía llevar grasa de chancho, había que hacer manteca. Así que iba donde la comadre de la mamá. Mataban un chancho y la mamá decía “voy a hacer quinoa, pero tengo que ir a donde la comadre Cristina – por decir un nombre – a que me cambie un medio kilo de grasa de vacuno y de chancho de ella para hacer, porque si no queda mal”.

– Parece que era habitual el trueque…
Sí. Cuando se hacía el dulce membrillo también. Mi mamá me mandaba a alguna comadre para que le fuera a ayudar, y nos convidaba a aquellas bandejas de dulce membrillo.

– ¿Usted trabajaba en la preparación?
Sí, en la preparación…

-… y después se llevaba para su casa.
Sí, me daba. Gente muy cariñosa. Tengo muy lindos recuerdos.

El accidente en casa y la “comida especial”

– Por lo que nos ha relatado, tuvieron una infancia sana porque comían bien, pero cuando se enfermaban ¿qué usaban? ¿Hierbas o iban al médico?
– Eh, hierbas.

– ¿Cómo cuáles?
Menta, manzanilla, poleo, paico, esos eran los remedios.
Yo tuve una infancia de mucho trabajo con mi familia, con mis hermanos. Cuando tenía 11 años, señorita, yo me quemé.

– ¿En la cocina?
En la cocina. Mi mamá estaba enferma; se había quemado un pie mientras cocinaba. Se le dio vuelta una olla de cazuela hirviendo. Yo me quemé, porque fui con un hermano a buscar la tetera que me pidió la mamá. Ella me dice que está hervida y que el papá la dejó lista en el fuego durante la mañana, que de seguro está hirviendo y que se la subiera hasta el segundo piso.
Ella estaba con un pie quemado, no podía bajar la escalera y estaba con el hijo menor.  Le digo a mi hermano que me pasara algo para tomarla. Me pasó un paño de platos, me voy acercando y la llama me agarra el delantal que mi mamá me ponía encima de los chalecos gruesos o los abriguitos que las tías nos regalaban.  Y comencé a arder. En vez de sacármelo, salí afuera. Pasé por el corredor de la cocina hacía el corredor de la calle, al patio, donde había una placita al frente de mi casa.
La mamá siente los gritos tan fuertes y sale al balcón. Estaba dándole la mamadera al niño cuando me ve arrancando por el jardín y tapada en llamas. La mamá tira al niño en una cama y bajó como pudo. Me llama “Cecilia, véngase, véngase para acá”. Llega y nos juntamos las dos, pero ahí no me quedaba nada de ropa.  Pero me libré porque, gracias a Dios, no me quemé el interior.

– ¿Le agarró la ropa?
Claro. El abrigo era de una lana gruesa y eso se me pegó en una pierna, las manos y otras partes, pero después se fueron sanando con el paso de los años.

– ¿Y la llevaron al hospital?
A Peralillo y de Peralillo a Santiago. Estuve ocho meses hospitalizada.

– ¿En Santiago?
Estuve ocho meses hospitalizada más un mes afuera donde una tía. Después me trajeron para el campo.
Mi mamá le contó a la señora Alicia, y ella llamó al Hospital Barros Lucos a donde me llevaron de inmediato y en ambulancia.

– ¿Qué edad tenía cuando ocurrió esto?
12 años.
Y cuando aún no llevaba ni un año de viuda, se me reventó la vesícula. Estuve ocho días en Santa Cruz y de ahí me tuvieron que llevar de urgencia a Santiago.  Si no me hubieran llevado, me hubiese muerto. Y después con la apendicitis fue igual: se me pasó a peritonitis en Santa Cruz, pero ya estaba con más años y mis hijas me pusieron un doctor particular para que me operaran inmediatamente, porque estaba grave, grave. Estuve muy mal de salud, pero gracias al Señor, de otras cosas he sido sana.

– ¿Esa fueron las veces más graves que usted se siguió al hospital?
Sí, porque los partos fueron buenos, no tuve cesárea.

– ¿Sus partos fueron en el hospital?
En el hospital. Una sola en Nilahue, porque no me alcancé a ir; es la tercera de las niñas. Las dos mayores en Santiago; Carmencita, la cuarta, también; la Lorenita en Peralillo, Memito en Santa Cruz, y la Macarena es la que nació en Nilahue, pero estuve muy mal.

– Oiga doña Cecilia ¿su mamá los tuvo a ustedes en la casa?
A casi todos, a los menores ya no.

– ¿Y es verdad que cuando una mujer tenía guagua en la casa le cocinaban una gallina?
Había que hacerle cazuela porque no podía comer otra cosa. Debía ser de pollo nuevo y no de gallinas muy gordas. Y las tortillas era sin levadura, porque se podían hinchar y les haría mal. ¡Eran cosas de la antigüedad, mijita! (risas).

 

 

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