Texto de Karina Jara Alastuey. Fotos de Clara Bustos Urbina

A los 15 años de edad, María Luisa Parraguez Díaz dejó Las Garzas, localidad donde nació, para ir hasta Santiago. ¿La razón? Su padre había sido llevado a capital por problemas de salud. La entonces adolescente llegó a la casa de una tía en donde se alojaba su padre. Al poco tiempo él fallece y María Luisa se queda en Santiago. Estando allá conoce a su futuro marido con quien se casaría con apenas 16 años.

Al cumplir los 30 años, queda viuda y con ocho hijos que cuidar y mantener. Imposible fue para ella volver a Palmilla. Decidida, instaló un negocio que le permitiría dar de comer a su familia. Pero no se quedó ahí. Como siempre quiso estudiar Enfermería, ingreso a Caritas Chile. Su ceremonia de titulación fue en la Universidad Católica.

A los 35 años ya enfermera y su familia había crecido con la llegada de tres hijos más, “sus conchitos”, fruto de una relación que ella decidió que se desarrollara puertas afuera.
Vivió casi 53 años en la capital, pero el recuerdo de su tierra fue más fuerte. A los 68 decide volver a Palmilla pese a la oposición de algunos de sus hijos. ¿Cómo viviría sola y en el campo? Y aunque reconoce que fue una decisión un poco egoísta por la preocupación que causaba en sus hijos, ella se sentía feliz por volver. De ello ya han transcurrido casi 20 años.

– Era casi final de la década de los ’60. ¿Cómo fue para usted estudiar siendo mamá con tantos hijos?
Terrible, pues. Terrible. Eran clases intensivas. Ahí no faltaba ni una sola hora de las clases. Entonces, cuando ya mis hijas mayores estaban un poco más grandes, se hacían cargo de los más chicos y yo estudiaba desde las 15:00 hasta las 19:00 horas de la tarde allá.

– ¿Y dónde ejerció como enfermera?
La ejercí en forma particular. Sobre todo en casas y en la Congregación de los Sagrados Corazones, en Providencia. Cuidé mucho cura.

– ¿Uno de sus hijos le compró este terreno?
Uno de mis últimos hijos. Cuando él se recibió de ingeniero y cuando la menor de mis hijas recibió su primer sueldo como profesora. “Marilú: no queremos que trabajes más. Nosotros te vamos a hacer un sueldo y no trabajas más”. Me emociono todavía. Y ahí mi hijo compró este terreno.

– Cuando retornó ¿se reencontró un poco con sus recuerdos de infancia, sus raíces?
¡Obvio! Con todo. Llegué acá un 18 de abril del 2003, que era Viernes Santo, y para mí era como bien significativo.

– Porque era como un camino hacia la resurrección.
Era un nuevo camino. Así que ahí empecé yo mi aventura acá en el campo. Pero realmente también un poco egoísta, porque mientras mis hijas tenían mucha pena que yo me viniera sola, a estar sola acá,  yo era muy, muy feliz.

Recuerdos de la casa paterna

– Hablemos de su infancia ¿vivió con sus padres?
Con mis padres, Luis Parraguez y Isolina Díaz; con mis abuelos, mis tíos, con toda la familia. Antiguamente se vivía así.

– ¿Era una familia grande?
Una familia grande. En los corredores de la casa se hacían las conversas, porque la gente después del trabajo se reunía ahí a conversar.

– ¿Y cuántos hermanos era ustedes?
Nosotros éramos cinco hermanos. Yo era la mayor de ellos.

– ¿Vivían con primos también?
Con los primos, por los hijos de mi tío.

– ¿Cómo era la casa?
Era como una casa de las coloniales, de las de antes, de adobe.

– ¿Y todos compartían la cocina y comedor?
No, no, no. Había una sola cocina, pero se cocinaba a fuego. Entonces se hacía el fogón en una parte del corredor. Cada grupo familia cocinaba lo suyo. Mi mamá tenía su fogón, la esposa de mi tío, mis abuelos.

– ¿Cada uno tenía su propio fogón?
Cada mujer su propia olla, digamos.

– Los hombres de su familia trabajaban para el fundo.
Todos estaban dentro de la hacienda, La Garza

– ¿Quiénes eran los dueños?
Doña Loreto Fernández Errázuriz.

-¿Sería familiar de la señora Elena Errázuriz, propietaria de la Hacienda San José del Carmen del Huique?
Sí.

– ¿Qué labor desempeñaba su padre?
Para estas casas había una persona que tenía que ser de los contratados, los que tenían que estar como fijos. Él era más como leñador, porque era el que subía cortaba bosques y hacía la leña, que los dueños del fundo vendía.

– Vendían madera.
Vendía esa madera, sí. Eran de eucaliptos.

– ¿Su mamá también trabajaba o era dueña de casa?
No. La mamá en esos años no trabajaba. Solo se dedicaba a la casa.

La importancia de la huerta familiar

– ¿Tenían ustedes una huerta en casa?
Sí. Había una huerta y ahí se cultivaba todo lo que prácticamente se comía en casa. Antiguamente no se compraba tanto afuera, porque estaban las papas, la cebolla, las lechugas, los tomates; la comida se basaba mucho en lo que se producía en la huerta. Había una parte donde se sembraba trigo y otra se destinaba para la huerta. Entonces, en mi tiempo, el trigo se cosechaba, se mandaba a moler y se hacía la harina y afrecho, que se daba a los chanchos. Se criaban muchos chanchos, gallinas, vacas…

– ¿Lechería?
No. No era lechería. Cada familia tenía su propia huerta y sus propios animales. Y solo compraban abarrote como por ejemplo aceite. Pero fíjese que en esos años, cuando era chica, no se usaba tanto el aceite. El aceite solamente iba a la ensalada porque se cocinaba con manteca. Manteca de cerdo. El cerdo se mataba en el invierno.

– ¿Para San Juan?
Sí. Fecha de invierno. En el tiempo que se mataban los cerdos, como no había refrigerador, esa carne había que consumirla o charquearla. Y la carne de vacuno también se charqueaba.
Mi papá, los perniles los ponía antiguamente en sal de Cáhuil. Sal gruesa. Sal de mar. Los costinos traían la sal y se compraba un saco. En mi casa había un cajón donde se guardaba la sal. Entonces ahí metían los perniles. Después los ponían al fuego. Pero antes se comía lo que había.

– ¿Cómo era el sabor de esos perniles que su padre guardaba en sal?
Exquisito y era una comida más sana. Además, cuando era niña recuerdo que en todas las casas a las 7 de la mañana la gente no tomaba el tecito como ahora: se preparaba una comida para los hombres que se iban a trabajar.

– ¿Recuerda qué preparaba para comer al desayuno?
Ellos se preparaban una cebolla frita con huevo; se ocupaba mucho también la harina tostada y el mote. Y todos los días, porque como no había refrigerador para guardarlo, había que pelar el mote con una lejía.

– ¿Cómo era ese proceso?
Con una lejía pelaban el mote, después lo lavaban bien lavado y después lo machaban en la piedra – yo tengo una piedra para regresar – y luego se guardaba. Entonces hacían los porotos con mote, papas con mote. Pero era el acompañamiento, y todos los días había que hacer poroto en las casas de campo.

– ¿Todos los días?
Todos los días se cocinaban porotos. Se hacían con cochayuyo, mote de maíz, mote de trigo, en fin. Y también se servían dos platos.

– ¿El primero siempre fue el poroto?
El segundo era el de porotos.

– Y para el otro plato ¿qué se cocinaba?
Podían ser unas pantrucas o una cazuela de pollo.

– ¿Pero los porotos siempre fueron el plato fijo?
El poroto al almuerzo fijo, invierno y verano.

– ¿Para los domingos se cocinaba algo diferente?
Sí, cazuela de pollo o empanada de pino de pechuga de pollo empanadita. No se compraba carne. No había carnicería porque no había electricidad. Se comía muy poca carne de vacuno.

– Entonces la vaca estaba destinada a la producción de leche…
Para la leche más que para la carne. Sí.

– Habló del desayuno de los hombres que se iban a trabajar ¿pero ¿qué tomaban los niños?
A los niños se les hacía un ulpo con leche.

– Es que el ulpo con leche es muy rico.
Sí, pues. Mucha proteína. A mis hijos mayores les daba, pues. A nosotros también nos tocó. Era ulpo una galletita o un pan. Y el pan también se hacía en la casa.

– ¿Y al pan con qué lo acompañaban?
Huevito. Huevito revuelto.

– ¿Era pan amasado, tortilla al rescoldo o ambas?
Tortilla al rescoldo, pan amasado o ¿cómo se llama en esta…? ¡La churrasca! que se hacía a última hora si había mucho apuro.

– ¿Y hacían queso fresco o mantequilla?
Sí, queso fresco. Mantequilla no tanto. No toda la gente sabía hacer mantequilla.

El recuerdo de doña Inés

Doña María Luisa recuerda que comenzó a asistir al colegio siendo muy chica. Era la escuela que en aquellos años estaba en el Fundo La Majada, la Escuela N°18.

– ¿Le quedaba muy lejos?
Mucho. Había que caminar mucho. Yo fui muy chica y de ahí me fui quedando donde mi profesora. Según decían yo era muy habilosa y ella se encariñó mucho conmigo. Mi profesora solo tenía hijos hombres. En las tardes, cuando había que irse para la casa, me decía “María Luisa quédate un ratito”. Tomábamos once y luego ella me mandaba a dejar a mi casa. Y así me fui quedando.

– ¿Cómo se llamaba ella?
La señora Inés Lorca. Fue mi profesora y después como mi segunda mamá.

– ¿Y usted pudo terminar el colegio?
No. Había solamente hasta 4° años de Preparatoria. Pero la señora Inés le dijo a mi papá que me comprara el material para ella hacerme clases. Después que me casé, ella fue madrina de uno de mis hijos.

– ¿Usted continuó ese cariño toda la vida?
Toda la vida. Después ella se fue para Talca y yo la seguí para allá.

– ¿Usted vivió en Talca?
No, iba solamente a verla. Iba con mis hijos.

– ¿Y cuándo aprendió a cocinar? ¿Siendo niña o cuando salió de la preparatoria?
No, diría que desde niña, cuando había un apuro así.

– ¿Y aprendió mirando o su mamá le dijo el cómo?
Yo creo que mirando y fue más con la señora Inés.

– ¿Su mamá aprendió de su abuela a cocinar?
Imagino que sí, porque yo recuerdo también a mi abuela.

Gansos y gallinas de doña María Luisa
Manteniendo sus raíces campesinas

– Cuando vivía en Santiago ¿en qué modo sus raíces de Palmilla estaban presentes? ¿Qué costumbre de acá mantuvo en la capital?
Creo que siempre tuve mantuve mis costumbres campesinas. Tiene que ver con la crianza de los hijos. Con mis hijos mayores las mantuve. Por ejemplo, la harina tostada. Ellos se acuerden que les daba harina tostada con leche en la mañana, el pan amasado con miel, que era lo que se comía acá.

– Pero entre el trabajo, la crianza y sus estudios ¿pudo seguir cocinando cazuelas, pantrucas, charquicán o cambió por los tallarines?
No, perdóname, pero hasta el día de hoy no soy de tallarines y arroz.

– Por eso, porque usted está acá ¿pero en Santiago no hizo estos cambios?
Mantuve y críe a mis hijos como fui criada, con comida totalmente sana. Yo las dejaba preparadas las comidas, porque si tenía turno de día yo dejaba cocinado. Ahora teníamos refrigerador, cuando en el campo no había. Les dejaba cocinado y les dejaba hasta las ensaladas.

– Algunas personas indican que han cambiado su forma de cocinar por el tiempo que demanda. Pero usted lo mantuvo pese a tener un negocio, estudiar y después de trabajar.
Sí. Nunca cambié las costumbres de la comida. Nunca. Nunca, hasta el día de hoy.

– ¿Todos sus hijos siguen consumiendo la comida tradicional, la antigua?
Y sana….

– ¿Y sus nietos?
Sí, también.

– ¿No son mañosos?
Sí. De repente mis mueras les dan estas cosas digo yo como las hamburguesas, cosas así, pero las hijas mías, como yo las críe, saben que sus hijos tienen que comer sano.

– Doña María Luisa ¿cuál es su plato favorito de la cocina tradicional chilena?
¡Uy! Son tantas las cosas ricas que cocino yo, pero el charquicán de cochayuyo. ¡Es que es muy rico el charquicán de cochayuyo!

– ¿Cómo lo prepara?
Cuando tenía mis hijos pequeños –porque a los niños no les gusta el cochayuyo – remojaba el cochayuyo la noche anterior; después lo cocía y de ahí lo pasaba por la licuadora. Ahí, en lugar de la carne, hacía el sofrito, las papas y el zapallo y le ponía el cochayuyo molido. Pasaba piola.

– ¿Lo servía con huevitos fritos, cebolla en escabeche o solo?
En el invierno la cebolla en escabeche siempre, pero tanto huevo frito no.

– Pero sí con cebolla en escabeche.
Con cebolla en escabeche sí. Y mucha cebolla, harta cebolla picada y el sofrito.

– ¿Y algo verde?
Sí, lo que haya verde. Aquí tengo acelga así que le pongo hojitas de acelga, de todo. Si el charquicán lleva todo lo que usted quiere echarle: choclo, porotos verdes, arvejas. Lo que haya. Es charquicán.

– El charquicán va cambiando según los productos de la temporada.
Exactamente, exactamente.

– ¿Y cómo le gusta el charquicán: como puré o más líquido?
Consistente; con los trocitos de zapallo y papas.

– ¿Qué otro plato disfruta de la comida chilena o que a sus hijos les gusta que usted cocine?
El hijo que más viene para acá me pide porotos, y hago el tradicional: zapallo, tallarines y longaniza. Pero cuando estoy sola, son porotos solos, con sofrito y nada más.

– ¿Ni zapallo?
No, nada. Las legumbres me las como de ese modo estando sola. Las lentejas igual y los garbanzos. La semana pasada hice garbanzos, que encontré que me quedaron tan ricos y solo con un sofrito,

– ¿Y con qué lo acompañas?
Siempre una tiene otras cosas por ahí como una ensalada. Yo me siento con una bandeja con todo: con mi ensalada y mi postre. Siempre estoy comiendo mucha fruta. Soy de mucha fruta.

– ¿Y en invierno?
En el invierno siempre tengo fruta; tengo muchos caquis, tengo naranja para hacerme los jugos.

– ¿Y postre como leche asada, sémola con leche?
Sí, cuando vienen mis nietos.

–  En su infancia ¿qué postres se preparaban en su casa? ¿Leche asada por ejemplo?
Sí, pero era más difícil cuando no había horno. Había que poner la budinera en una parrilla, taparla y ponerle un poquito de fuego arriba (brasas) para que se dorara, igual como el pastel de choclo.  Yo hago mucho pastel de choclo aquí cuando viene mi familia.

– ¿Cómo prepara su pastel de choclo?
Con pollo, con trutro corto y el pino con posta molida o picada. Y le agrego huevos.

– ¿Alguna comida que comía cuando niñas y que hoy casi no se prepara?
Las papas con mote ¿quién las comes ahora? Nosotros nomás.
Para hacer las papas con mote, la forma antigua, era pelar las papas, picarlas en cuadraditos, como para una carbonada, pero un poquito más grande, y ponerlas a cocer. De ahí agrega la cebolla frita y los aliños.

– ¿Cuáles son esos aliños que usted le añade?
Cebollita picada, orégano – antiguamente se comía mucho orégano – fresco o seco. Ajo, yo soy de harto ajo. Ahora se usan los pimentones y todo lo demás, pero antes cocinábamos más con ajo, orégano y cebolla.

– ¿Usted fríe esto en una sartén aparte y luego lo agregaba a las papas ya cocidas?
Claro, y de ahí el mote.

– ¿Las papas las coló antes de añadirles este sofrito?
No, con toda esa agüita de papas.  Cuando le agrega el mote se comienza a espesar a medida que se va cuece. Es un guiso.  Se sirve en platito hondo y encima le pone la color hecha con manteca.

– ¿Comió yuyos alguna vez?
Sí, también. Los yuyos que salen de los campos, sí. Se le echaba a la comida.

– ¿Algún otro plato que se dejó de preparar?
Creo que lo que comíamos mucho y que hasta el día de hoy yo lo hago es la cebolla frita, que es un plato típico del campo. La cebolla frita con huevo revuelto junto a una papa cocida ¿qué mejor?

– Pero esa sí la fríe con aceite.
Sí, sí, eso sí.

– ¿Qué aliño le echa?
A la cebolla no se le pone ajo, porque es similar. Se le pone orégano, algo así, pero la cebolla en sí ya es fuerte. Cuando ya está media frita le puede poner un huevo y lo acompaña con una papa cosida.

Agua y tierra

–  Cambiando de alimentos ¿se consumía pescados o mariscos en su casa cuando usted era niña?
Sí, mucho pescado, pero era de río.

– ¿Alguno en especial?
En ese tiempo una no conocía los nombres a los pescados, pero sí que eran de río y no de mar.

– ¿Cómo los preparaban?
Se preparaba en caldillo o fritos. Se comía mucho pescado frito. En Las Garzas, la gente los pescaba con mallas. Había mucho pescado. Si hasta una se metía y podía pescar.

– ¿Y quínoa? ¿La conoció durante su infancia o ya de adulta?
¡Ahí! la quínoa yo desde que nací.  Mi abuelita paterna traía quínoa de Paredones.

– ¿Qué cocinaba su abuela con quínoa?
La preparaba tal como el mote. Y la lavaban harto. Cuando era chica yo veía a mi abuelita lavarla, pero la lavaba como mil veces.

La cazuela, la favorita de muchos

– De los platos de la cocina campesina chilena ¿cuál escogería para representar Palmilla y promover el turismo?
Creo que de esta zona escogería y haría una cazuela de ave de campo, pero no con los pollos que come ahora la gente.

– ¿Cómo es su cazuela de ave de campo?
Para empezar, el pollo de campo es duro. No tiene grasa. Entonces hay que cocerlo un buen rato. Ahí recién se prepara la cazuela. Solo cuando el pollo está cocido, usted le añade todos los ingredientes de una cazuela: un pedacito de zapallo, una papa por persona y muy poquito arroz. Muy poquito, solo para darle consistencia al caldo, no más.

–  ¿Para su cazuela prepara sofrito?
No, a la cazuela no.

– A ese caldo ¿usted le agrega el pollo despresado y con piel?
Claro que sí, porque no tiene grasa.

– ¿Y al agua le echa sal?
Se cuece con un poquito de sal. Ahí recién usted arma la cazuela. Cuando el pollo ya está blando, le agrega una papa por persona, porotos verdes, zanahorias que ahora se usan, pimentón; todo lo que haya que poner y muy poquito arroz.

– ¿Choclo también?
Solo si es época de choclo.

– ¿Pero ese choclo se cocina en la misma sopa?
En la misma olla donde se prepara la cazuela. Se echan todos los ingredientes y queda muy bien. Después la sirve con algo verde como perejil.

– ¿Por qué eligió ese plato?
Porque es muy sabroso y para que sepan lo que es comer pollo de verdad. Los de verdad son los que se crían en el campo con maíz y pasto. Y son más sanos.

– Y esa cazuela tiene otro sabor, distinta a la que se prepara con pollo comprado en el supermercado
¡Es otra cosa!  Yo no como esos pollos. Yo aquí crío mis pollos y los faenamos. A ver, yo no los sé matar. Pero le pido a mi vecina, la señora Marta o a don Miguel, que a veces me faena unos tres pollos, y los guardo en el freezer. Como estoy sola, preparo bolsitas con un pollo para tres meses, y me hago una cazuela en el invierno.

–  ¿Ocupa usted chuchoca? ¿En qué preparaciones la utiliza?
Sí, se comía mucho en el campo. Mire, antiguamente no había mucho que elegir: las papitas con chuchoca y la cazuela con chuchoca.
La chuchoca se hacía al mismo tiempo en que se preparaban las humitas: todos los choclos que van quedando un poquito más duros, que no servían para la humita, se cocían enteros y se ponían a secar en el techo.

– ¿Cuánto tardaban en secarse?
Durante el verano tardaban un par de días en secarse. Una vez seco, se desgrana y se muele en la piedra.

– ¿Y qué hacían con las corontas?
Al fuego. Y cuando éramos más chicas jugábamos con las corontas. Yo jugaba con muñeca de trapo.

Celebraciones y conmemoraciones en Palmilla.

– ¿Celebraban o conmemoraban Semana Santa, santos, cumpleaños, Navidad o Fiestas Patrias?
La Semana Santa, que se respetaba mucho. Empezaba el día jueves y se trabajaba hasta el mediodía. De ahí no se podía tomar ni una aguja ni hablar muy fuerte.

 Para Domingo de Resurrección ¿hacían algo?
Recuerdo que a la semana siguiente de la Pascua de Resurrección, se hacía un mono y se quemaba. Era Judas Iscariote.

– ¿Y en cuanto a la alimentación?
Nada de carne.

– ¿En su familia conmemoraban los santos o celebraban los cumpleaños?
Los santos sí, los cumpleaños no.

– ¿Qué santos en especial conmemoraban?
San Juan y San Antonio. Había Juan en mi familia y mi abuelito se llamaba Antonio.

– ¿Hacían algo en particular?
Como no había mucho, no había electricidad ni nada, tocaban un instrumento, no tengo claro qué tocaban, pero sí que hacían sopaipillas pasadas y todas esas cosas ricas que a una le gusta.
Para las Cármenes estaban los chanchos muertos: usted criaba un chancho y lo engordaba para los santos.

– ¿Y para el Mes de María?
¡Ah, no! Yo era hija de María. Cuando una era más lolita había que preocuparse de las flores, del altar de la Virgen. En todos los fundos. Era sagrado.
El Mes de María terminaba con la Primera Comunión. Pero la otra cosa que también se ha perdido en la tradición es el Mes del Sagrado Corazón. Estaba entre mayo y junio.

– Mes de María y el mes del Sagrado Corazón…
Que ahora ya nadie se acuerda del mes del Sagrado Corazón (se conmemora en junio). Cuando me fui para Santiago lo escuchaba por la radio, porque lo transmitían.

– En cuanto a Navidad ¿preparaban alguna comida en especial?
Acá en el campo no era tanto la Navidad por un tema de que no había medios. Pero después que me casé, para mí, la Navidad era bien sagrada por mis hijos. Y los niños dejaban un zapatito en la ventana porque iba a pasar el Viejito Pascuero.
Para Navidad siempre se han preparado, por ejemplo, mistelas. Yo después que me casé tuve siempre la tradición de preparar mistelas hasta que volví al campo.

– ¿De qué hace mistelas?
Eran paquetes de palitos de guindo, culén y de membrillo.  Aquí tengo todos los medios, porque en Santiago compraba los palitos en la feria los palitos.

– ¿Cuál le gusta a usted? ¿Los tres?
Los tres. Compraba los paquetes de esos tres palitos, los cocía y bien cocidos, porque el guindo le da el color.

– ¿Los tres juntos?
Los tres juntos. Esa es la mistela. Después el agua la deja que se enfríe y ahí usted prepara la mistela con azúcar a gusto y con un poco de aguardiente. Esa es la mistela.

– Y se sirve frío…
Exactamente. En el tiempo de la Colonia era el trago tradicional y el bizcochuelo. No se usaban tanto las tortas; era el bizcochuelo que se hacía en casa.

– ¿Cómo hace su bizcochuelo?
El bizcochuelo lo hacía para las tortas de cumpleaños de mis hijos.  Póngale que sean seis huevos para un molde: seis huevos, seis cucharadas de azúcar y seis cucharadas de harina. Hay que batir la clara a nieve, después las yemas y ahí le va poniendo el azúcar para que se vaya disolviendo. Al último se le pone la harina bien cernida y lo pone al horno. Ese es el bizcochuelo.

– Y se tiene que batir harto para que “atrape” aire…
Mucho, mucho, mucho. Así queda esponjoso. Las claras a nieve deben quedar como un merengue firme.

– Y esa es la base de la torta y no el queque como algunos creen.
No, el queque es otra cosa. El queque lleva mantequilla, lleva leche, otras cosas.

Plantas medicinales y embarazos

– Un tema que hemos conversado con otras personas es el uso de las plantas medicinales.  ¿Usted las utiliza?
Sí.
– ¿Cuáles usa?

En Santiago estuve… ¿cuántos años estuve? 50 y tanto, no sé cuántos, y siempre usé las hierbas. Siempre las compraba en una hierbería y en la Alameda habían kiosco. Compraba las hierbas. Y yo toda la vida he usado mucho el agua de hierbas como el de melisa. Aquí en el campo tengo de todo lo que ustedes me pregunten: melisa, menta, ajenko o hierba dulce.

– ¿Para qué lo ocupa?
Para jaqueca. Nunca tengo jaqueca felizmente. Y para los resfriados también. Poleo para el estómago,  y orégano sirve para los dolores menstruales

– A las mujeres que habían recién parido ¿se le daba algo en especial?
Ajenko.

– ¿No les daban caldo de pollo? ¿Gallina?
Mataban un pollo. Recuerdo que mi papá mataba un pollo cuando nacían mis hermanos.  Cuando las mujeres sabían que estaban embarazadas, aquí echaban gallinas para tener pollitos que se ocuparían para la cuarentena.

– ¿Tomaban caldito durante toda la cuarentena?
Sí, tomaban caldito. También les daban mate. Mire. Yo tuve a casi todos mis hijos en la casa. Mi hijo mayor lo tuve en el Hospital Barros Luco, pero al resto de mis hijos  los tuve en la casa con una partera.

– ¿Por qué razón?
¿A quién le iba a dejar el mayor? Cuando iba a nacer el tercero, ya tenía dos  ¿a quién se los iba a dejar? Yo tenía casi todos los años una guagua. Me quedaba en la casa y mi marido hacía las cosas. Y lo primero, cuando uno tiene la guagua, el mate.  Yo tomo mate hasta el día de hoy.

– ¿Por qué el mate?
El mate era para tener leche. Además, consumía mucho el caldo de pata de vacuno, por el colágeno.
Antiguamente año no había anticonceptivos, yo era una mujer fértil y además nosotros éramos tan católicos.

– Claro, a pesar que existían algunos métodos naturales, pero que las mujeres católicas no los ocupaban…
…Y el aborto existió siempre, pero no para los católicos.

– … y no se hablaba mucho del tema.
Era muy tabú.  ¿Quién iba a hablar de sexo?

– O la menstruación.
Tampoco se hablaba. Educación sexual no existía. Era pecado.

El legado de la alimentación sana

– Retomando el tema de la alimentación. Usted siempre se preocupó de mantener esas tradiciones en su familia.
Sí. Y mi familia – hasta el día de hoy – sé que comen sano como yo, tal como les enseñé.

– ¿Qué opina de la comida de hoy?
Totalmente negativo, porque por imitar a los americanos, entraron a Chile esas malas costumbres, diría yo, de los estadounidenses. Nosotros no comíamos hotdogs. No existían. Las hamburguesas, menos. Una no sabe qué es lo que está comiendo ahí.

–  La califican como una comida sana ¿pero era más barata?
No había que tener plata para comerla. ¡Cosechábamos de todo!

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